H. Francisco Posada, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que no sea sordo a tus invitaciones, que me acerque a Ti para amarte sin condiciones y que descubra el don que hay en mí para mis hermanos en el mundo. Tanto me has amado que yo quiero comunicar ese amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 12, 28-34
En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”. Jesús le respondió: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos”.
El escriba replicó: “Muy bien, Maestro. Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Jesús, viendo que había hablado sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Es una gracia encontrar personas que tengan una sensibilidad espiritual grande que, en su propia vida, pueden descubrir las verdades de Dios de manera palpable. En el día a día se puede ver cómo Dios actúa en la vida de cada uno y, también, que debemos amarlo. Una vida con o sin Dios es muy diferente. El amor a Dios está entrelazado con el amor a los demás porque el que ama verdaderamente a una persona, también ama a las personas y cosas relacionadas con el amado. Esta es nuestra tarea como cristianos que, como dice Jesús, nos ayuda en nuestro camino al cielo.
Preocuparse por las necesidades de las demás personas es una gran tarea porque no siempre es fácil hacerlo; Cristo mismo dice que quien ama a los que le hacen el bien no tiene mérito. Es así como el amor desinteresado que brota de una unión íntima con el Señor se hace presente. Este debe ser nuestro mayor interés porque ayuda a nuestro crecimiento espiritual y a las personas de nuestro alrededor, porque el cristiano es una persona que vive con la mirada en el cielo, pero los pies firmes en la tierra; se preocupa con las cosas espirituales y busca la forma en que se hagan presentes en sus circunstancias.
La unión con Dios no es algo que se dé de un día para otro; necesitamos aprender a hablar y dejarnos formar por Él. Debemos acercarnos más al Señor para que nos ayude e ilumine en nuestro peregrinar hacia el Padre.
«En vuestra tierra, esta cultura arraiga profundamente en las fuertes raíces cristianas, es decir, el amor a Dios y el amor al prójimo. Jesús, en el Evangelio, nos invita a amar a Dios con todo nuestro corazón y al prójimo como a nosotros mismos. El amor de Dios es el que siempre nos hace reconocer en el otro al prójimo, al hermano o hermana que amar. Y esto requiere un compromiso personal y voluntario, para el cual, ciertamente, las instituciones públicas pueden y deben crear condiciones generales favorables. Gracias a esta “savia” evangélica, la ayuda mantiene su dimensión humana y no se despersonaliza. Precisamente por eso, vosotros, los voluntarios no lleváis a cabo una labor de suplencia en la red social, sino que contribuís a dar un rostro humano y cristiano a nuestra sociedad.»
(Discurso de S.S. Francisco, 30 de noviembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Reflexionar y escribir quién es Dios para mí.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.