San Bartolomé, apóstol.
H. Juan Pablo García Hincapié, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, gracias por darme esta oportunidad de estar en tu presencia para poder conversar contigo como amigos. Dame la gracia de conocerte cada vez más y recordar que Tú eres mi Dios y Señor de mi vida. Te doy gracias por todas las bendiciones que me has dado y ayúdame a seguir caminando de tu mano por las sendas que preparas en mi vida.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 9, 18-22
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos contestaron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas, que ha resucitado”.
Él les dijo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Respondió Pedro: “El Mesías de Dios”. Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.
Después les dijo: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuando Cristo toca el corazón de cada una de las personas cercanas a Él les revela siempre la verdad más profunda de su Corazón, ya que se les revela como el Salvador al que hay que depositar toda nuestra fe. Pedro afirma que Cristo es el Mesías y lo afirma desde una experiencia propia y personal. Aunque luego Pedro durante la Pasión del Señor lo niegue tres veces, luego el Señor, en el momento de la Resurrección, lo confirma en su fe. La fe de Pedro es la que debe mover cada corazón para confesar la grandeza del Señor.
No podemos dudar de que el Señor está cerca tanto en los momentos en que lo reconocemos con mucho celo, con mucha fe, como en los momentos en los cuales podemos tener una fe vacilante, sin olvidar que en cada momento y circunstancia ya sea de alegría, desolación o consolación, Cristo quiere afianzar nuestra fe. Se trata de poner la propia vida en el corazón de Cristo para que lo acompañemos con todo lo que somos y siempre con la mirada hacia Él.
Abrir de par en par el corazón para que Cristo reine en nuestra vida y sepamos verlo y confesar nuestra fe como lo hizo Pedro, con tanto fervor. Como lo hizo María, que al ponerse también a la escucha del mensaje de Cristo dijo nuevamente un “sí” generoso para seguir acompañando a Cristo en el camino de la fe.
«El cristianismo no es una doctrina filosófica, no es un programa de vida para ser educados, para construir la paz. Estas son las consecuencias. El cristianismo es una persona, una persona elevada en la cruz. Una persona que se anonadó a sí misma para salvarnos. Cargó sobre sí el pecado. Y, así, como en el desierto fue elevado el pecado, aquí fue elevado Dios hecho hombre por nosotros. Y todos nuestros pecados estaban allí. Por ello, no se comprende el cristianismo sin comprender esta humillación profunda del hijo de Dios que se humilló a sí mismo haciéndose siervo hasta la muerte de cruz. Para servir». (Homilía de S.S. Francisco, 8 de abril de 2014).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Señor Jesús, gracias por dejarme ver el ejemplo de fe de Pedro y ayúdame a poder imitarlo siempre, en cualquier circunstancia de mi vida, para que mi vivencia diaria de la fe sea apoyada también en tu amor y pueda afianzarme en ti.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Voy a hacer tres actos de fe durante el día: Hacer la señal de la cruz antes de iniciar mi trabajo; rezar una jaculatoria cerrando mis ojos y concentrándome en ello…
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.