Miércoles 18 de mayo – No impedir, hacer germinar.
H. Iván Yoed Glez. LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dios mío, por tu amor me has obsequiado el don de ser tu hijo, el don de ser tu hija. Puedo, con sencilla confianza venir ante mi Padre, ponerme ante sus pies, escucharle, contarle y simplemente acompañarle. Aquí estoy, Señor. He escuchado tu llamada que se repite una y otra vez en mi corazón para venir a tu presencia y permanecer en ella. Quiero mirarte, adorarte e imitarte, en tus manos pongo esta oración donde deseo estar abierto a tu gracia, a tu voluntad, a tu amor. Así sea.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 9, 38-40
En aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”. Pero Jesús le respondió: “No se lo prohíban, porque no. hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Señor Jesús, fuiste Tú quien supo encontrar la belleza de cada alma que se cruzó en tu vida. Si alguno realizaba maravillas en tu nombre, fuiste tan humilde en aceptar su testimonio.
En este mundo que plantea el sobresalir más que el servir, es constante tentación el pecado triste de juzgar. Cristo, fuiste Tú el testimonio verdadero de un corazón comprensivo, que supo maravillarse y elogiar la fe de hombres no judíos, pero que ofrecieron testimonio verdadero de tu amor.
Cuando en el mundo se encuentra una persona que respira anhelos nobles y elevados, es siempre importante valorar su ejemplo con justicia, e incluso quizá como digno de imitar. Una persona que camina por senderos de probidad, de paz, de caridad, es una persona que se encuentra ya, en parte, en el camino de Cristo. Tú me llamas a maravillarme humildemente en las personas que me anuncian tu amor con sus vidas. Desconozco en tantas ocasiones la verdadera realidad de muchos, pero veo su testimonio tan elocuente, que predica ya una parte de tu Reino.
Si alguna vez tuviera ante mis ojos a alguien cuyo obrar es sospechoso o incluso abiertamente malo, concédeme imitar tu corazón. Enséñame a mirar con misericordia a la persona, pero con firmeza el acto. Que aprenda siempre a mirar lo bello y a preocuparme especialmente por disminuir lo malo con mi testimonio. He de defender la verdad con caridad genuina, con caridad que acoge a todo hombre en la misericordia, pero que milita abiertamente contra el mal: pero nunca contra el pecador, sino contra el pecado.
Enséñame a mirar con ojos tuyos a aquellos que buscan construir el mundo sobre el bien. Hazme comprender el don valioso de su amor, pero hazme comprender, no con orgullo sino con gratitud, el don aún más excelso de la fe cristiana, único camino, que algunos transitan aunque aún no te conozcan. Enséñame a reconocerlos como testimonios de amor.
«La fe crece con la práctica y es plasmada por el amor. Por eso, nuestras familias, nuestros hogares, son verdaderas Iglesias domésticas. Es el lugar propio donde la fe se hace vida y la vida crece en la fe. Jesús nos invita a no impedir esos pequeños gestos milagrosos, por el contrario, quiere que los provoquemos, que los hagamos crecer, que acompañemos la vida como se nos presenta, ayudando a despertar todos los pequeños gestos de amor, signos de su presencia viva y actuante en nuestro mundo.» (Homilía de S.S. Francisco, 27 de septiembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy rezaré un misterio del rosario, pidiendo por las personas que aún no conocen a Jesucristo, o lo siguen desde lejos.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.