Domingo 31 de julio – Plenas con poco

Iván Yoed González Aréchiga LC

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Cuando siento no poder más, Dios mío; cuando siento que el cansancio me supera; cuando no veo un puerto abierto para navegar; cuando desconfió de ser capaz de darme totalmente y continuar la entrega, te pido me concedas recordar que Tú siempre estás a mi lado, dando la gracia que necesito para llevarte a tantas personas que aún no te conocen. Hoy vengo ante Ti con un corazón inquieto, pero que se quiere detener en tu presencia.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 12, 13-21

En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia». Pero Jesús le contestó: «Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?».
Y dirigiéndose a la multitud, dijo: «Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea».
Después les propuso esta parábola: «Un hombre rico obtuvo una gran cosecha y se puso a pensar: “¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida”. Pero Dios le dijo: “¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?”. Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios».
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

¿Cuántas personas se han dividido a causa de las riquezas? Es triste ver cómo reinos enteros fueron a caer incluso en guerras por motivo de riquezas. Y no sé si es más dolorosa la separación de un reino que la de una familia o de una comunidad. Hermanos que han litigado por la herencia, donde el lazo del dinero es más fuerte que el de sangre. Un mundo contrastante con la belleza de contemplar, como nos lo relatan los hechos de los apóstoles, cómo los cristianos lo tenían todo en común.

Esto aún hoy es posible encontrarlo. Hay familias que han sabido distinguir lo esencial de lo accidental, lo pasajero de lo trascendental, los fines de los medios. Han sabido apreciar el valor de la familia, el de una amistad, el de un matrimonio, sobre el valor de un medio económico o de bienestar. Finalmente, ¿cuál es la razón de todas estas cosas?, ¿acaso su valor no deriva del bien al que se dirigen?, ¿no se buscan sino sólo para sostener algo esencial? Tantos bienes no están sino sólo en pos de la manutención de una familia, de su crecimiento y de su armonía. Y sin embargo todos éstos pueden faltar cuando el amor subsiste. Sí, seríamos insensatos si al final de nuestras vidas nos halláramos llenos de riquezas, pero faltos de amor.

Y lo más hermoso es que Dios nos enseñó a vivir de tal manera que nuestra mayor riqueza fuera solamente amar. ¡Cuántas personas son tan plenas con tan poco, y cuántas son tan poco plenas incluso en la abundancia del tener!

Hazme renovar mi corazón, Señor. Ábreme los ojos para ver que Tú viniste a darte a los demás, no a ser servido sino a servir, a dar todo cuanto poseías, incluso tu tiempo, por amor a los demás. Y ante un mundo que propone las riquezas y el tener como su mayor seguridad, concédeme ser testimonio de que no hay mayor riqueza que la de pertenecerte a Ti.

Homilía de S.S. Francisco, 19 de junio de 2015, en Santa Marta

Al final estas riquezas no dan la seguridad para siempre. Es más, te abajan en tu dignidad. Y esto sucede en la familia: muchas familias divididas. También en la raíz de las guerras está esta ambición, que destruye, corrompe. En este mundo, en este momento, hay tantas guerras por avaricia de poder, de riquezas. Se puede pensar en la guerra en nuestro corazón. La codicia es un paso, abre la puerta: después viene la vanidad -creerse importante, creerse poderoso- y al final, el orgullo. Y de allí todos los vicios, todos. Son pasos, pero el primero es este: la codicia, el querer acumular riquezas.»

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Si estoy apegado a algo en concreto, si pudiera perdonar alguna deuda, sea material que espiritual, te prometo que la perdonaré, Señor; o al menos daré el primer paso: querer.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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