cada día

5 de agosto de 2021 – ¿Cuándo nos escucha Dios?

Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor

H. Francisco J. Posada, L.C.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

 

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, Tú que eres un Dios personal con un corazón que siente la necesidad del prójimo, ayúdame a amar como Tú, que pueda ver la necesidad de los demás y lanzarme a ayudarlos para hacer el bien sin mirar a quién.

 

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 15, 21-28

En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”.  Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: “Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros”.  Él les contestó: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.

Ella se acercó entonces a Jesús y, postrada ante él, le dijo: “¡Señor, ayúdame!”.  Él le respondió: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”.  Pero ella replicó: “Es cierto, Señor, pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”.  Entonces Jesús le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.

Palabra del Señor.

 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En el camino de la vida nos encontramos con muchas personas. Algunas son o serán más cercanas y otras pasarán de largo. Aquellas que pidan nuestra ayuda seguramente recordaremos sus nombres y, quizás, hasta se puedan convertir en nuestros amigos. Jesús, cansado después de un día donde recorrió largos caminos en el desierto de Israel, se encuentra con una señora que le pide desesperada que ayude al ser que más quiere, su hija. Pero, por alguna razón, Cristo parece no hacerle caso, parece que no la escucha, (seguramente hemos tenido esta experiencia cuando hemos rezado). De una forma misteriosa Dios, en ocasiones, no hace nada cuando le pedimos cosas, necesita tiempo.

Cuando vamos por el camino y alguien nos pide ayuda, o vemos que está en aprietos, algo nos impulsa a ayudarlos. Uno de los dos no tendrá tanta confianza porque no se conocen, saber el nombre del otro nos ayuda porque ya abre un camino y nos podemos dirigir al Él de manera totalmente distinta. Creo que así es con Dios, necesita que le abramos más nuestro interior para que Él pueda ver eso más profundo que tenemos y somos. En el caso de la señora del Evangelio, Cristo vio su gran fe y, a través de ésta, pudo sanar a su hija.

Cada día es una nueva oportunidad para abrirnos más a Dios y que nos conozca más, como un buen amigo.

«Al final, ante tanta perseverancia, Jesús permanece admirado, casi estupefacto, por la fe de una mujer pagana. Por tanto, accede diciendo: «“Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas”. Y desde aquel momento quedó curada su hija» (v. 28). Esta humilde mujer es indicada por Jesús como ejemplo de fe inquebrantable. Su insistencia en invocar la intervención de Cristo es para nosotros estímulo para no desanimarnos, para no desesperar cuando estamos oprimidos por las duras pruebas de la vida. El Señor no se da la vuelta ante nuestras necesidades y, si a veces parece insensible a peticiones de ayuda, es para poner a prueba y robustecer nuestra fe. Nosotros debemos continuar gritando como esta mujer: «¡Señor, ayúdame! ¡Señor ayúdame!». Así, con perseverancia y valor. Y esto es el valor que se necesita en la oración.»

(Homilía de S.S. Francisco, 20 de agosto de 2017).

 

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

 

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Ayudar a alguien que esté en necesidad, sin que me lo pida.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

 

¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!

 

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Comparte: