Jueves 21 de abril – Entender para poner en práctica.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey Nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Quisiera poder dirigir mis ojos hacia el cielo Señor, y poder mirarte cara a cara. Experimento un deseo inefable por encontrarme con quien me ama infinitamente. Soy incapaz de comprender cuánto me amas –y al mismo tiempo puedo vislumbrar lo grande que es tu amor hasta tornarse incomprensible. Gracias, Señor, por amarme. La fuente del deseo que tengo de estar junto a Ti proviene en realidad del amor que Tú me tienes a mí. Hoy vengo a mirarte cara a cara, a encontrar tu rostro en lo más profundo de mi corazón.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 13, 16-20
En aquel tiempo, después de lavarles los pies a sus discípulos, Jesús les dijo: «Yo les aseguro: el sirviente no es más importante que su amo, ni el enviado es mayor que quien lo envía. Si entienden esto y lo ponen en práctica, serán dichosos.
No lo digo por todos ustedes, porque yo sé a quiénes he escogido. Pero esto es para que se cumpla el pasaje de la Escritura, que dice: El que comparte mi pan me ha traicionado. Les digo esto ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, crean que Yo soy.
Yo les aseguro: el que recibe al que yo envío, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Me encuentro en la última cena. Tu muerte se avecina como el paso decidido e infalible de las manecillas de un reloj. No había marcha atrás: Tú habías acogido el camino de la cruz. Me amabas. Tenías miedo. Pero, Señor, ¿dudaste de Ti mismo alguna vez?, ¿titubeaste ante el suplicio que te aguardaba en el Pretorio y en el Calvario? ¿Qué sentiste al ver mis pecados en Getsemaní?, ¿Cuál fue tu conmoción hasta el punto de sudar sangre? ¿Cuánto me amas, Señor Jesús?
Lo que tengo cierto es que tu determinación por salvarme se basó en tu amor por mí: por eso nada te detuvo. Me quisiste demostrar cómo me querías. Ninguna tentación podría interrumpir tu pasión. Deseabas mostrarme el amor ardiente que por mí tenías. Amor verdadero es aquél que persevera en medio del fango de la calumnia, de los desprecios, de las ofensas entre golpes e insultos, del abandono de sus amigos. No sé si existe algo más doloroso que la soledad. No tengo cierto si sea más agudo un golpe en el rostro o el abandono de un amigo.
Te encontrarías solo en verdad. Y aun así quisiste inclinarte en tu última cena hacia mis pies. Aquellos pies míos que tan pocas veces se han dirigido a cumplir tu voluntad. Aquellos pies míos que caminan en el mundo persiguiendo lo que Tú aborreces. Aquellos pies míos que en el momento de cargar la cruz se desentendieron de Ti. Aquellos pies míos que ante la oportunidad de proclamar tu nombre se escondieron por temor. Aquellos pies míos, Señor Jesús, que quisiste tener cerca de Ti. Quisiste tratar aquellos pies con más ternura que la que aquella mujer pecadora te dirigió. Te inclinaste para lavarme los pies e indicarme cuál sería tu amor por mí, cuál mi miseria, y cuál tu perdón. «Yo les aseguro: el sirviente no es más importante que su amo, ni el enviado es mayor que quien lo envía. Si entienden esto y lo ponen en práctica, serán dichosos».
«Es doloroso constatar cuando se cree que solo algunos tienen necesidad de ser lavados, purificados no asumiendo que su cansancio y su dolor, sus heridas, son también el cansancio y el dolor, las heridas de toda una sociedad. El Señor nos lo muestra claro por medio de un gesto: lavar los pies y volver a la mesa. Una mesa en la que Él quiere que nadie quede fuera. Una mesa que ha sido tendida para todos y a la que todos somos invitados.»
(Homilía de S.S. Francisco, 27 de septiembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré, con especial esmero, asemejarme a Ti, Señor Jesús, en tu humildad, buscando servir con prontitud a las personas con las que convivo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.