Luz del mundo, sal de la tierra (Mt 5,13-16)

Evangelio: Mt 5,13-16
Ustedes son la sal de tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos.

Fruto: Ser la sal que da sabor y luz que ilumine a mi vida familiar.

Pautas para la reflexión:
Jesucristo nos invita a pesar en la balanza de nuestra vida nuestra pertenencia a su Reino. Somos sal de la tierra, luz que ilumina. Y nos invita a dar sabor y brillar, sí, a ser ese fermento en la sociedad que marque una diferencia positiva, que deje un buen sabor de Cristo donde sea.

1. Ustedes son
¿Quiénes son ustedes? Leyendo el pasaje así, fuera de su contexto, cualquier persona, yo mismo, diría que el Señor se dirige a sus discípulos, a sus apóstoles, a sus predilectos o sin más, a los suyos. Claro está, siendo una misión especial como la de dar luz, dar sentido al mundo, a la historia, a la vida misma, con mayor razón recurrimos a los que él llamó. Pero, vamos unas páginas atrás en el libro sagrado. ¿Quiénes son ustedes? Encontramos a Cristo hablando a una inmensa muchedumbre. Ese ustedes son todos los que escuchaban a Jesús en el que hoy llamamos el monte de las bienaventuranzas. Les hablaba a todos, a todos sin excepción. Ustedes son: así continuó Jesús su discurso evangélico después de las bienaventuranzas. Y en ese ustedes, entre niños, hombres rudos, mujeres piadosas, entre un Pedro y un Judas, entre el enfermo y el pescador; ahí, ahí estabas tú. Ahí estábamos todos representados, porque todos los que hemos escuchado y creído en Cristo por el bautismo hemos sido constituidos apóstoles suyos, mensajeros del evangelio. Buscamos otros ustedes, pero en realidad somos nosotros los interpelados por Cristo para ser sal de la tierra y luz del mundo.

2. Sal de la tierra
Todos lo entendemos. ¡Qué manera tan sencilla para explicar una misión tan profunda! ¿Quién no ha probado un platillo en el que todo parece exquisito, pero… falta sal. Y es que Cristo hablaba a gente sencilla, gente inmersa en las cosas de cada día. Es más, no hace falta imaginárselo, piensa en ti, así de sencillo. Una persona como tú. El mensaje es para alguien como tú, para cualquier persona que quiera escucharlo. Es la invitación a dar el verdadero sentido a la vida, a lo que hacemos cada día; más todavía, a darle el buen sabor de la existencia, el gran regalo que Dios nos ha dado. Es la invitación a ser antorchas. En Él encontraremos la luz para encenderlas, iluminar y dar sentido a nuestro mundo con su gracia. Ahora dejemos el monte, ahí donde estaba Jesús y vengamos aquí, a la calle que siempre atraviesas o, si prefieres, el centro comercial o… No sé. ¿Sienten la diferencia? ¿Alcanzan a comprender esa misión tan profunda que antes sólo mencioné? En medio de este mundo tecnificado y preocupado de poseer se pierde el sentido que Dios ha querido dar a las cosas, a la vida. La sopa nunca sabrá buena sin un toque de sal. ¡Hace falta sal! Por eso no perdamos sabor, no te desvirtúes. Cada persona sigue teniendo un alma que sólo encuentra el sabor de la vida en el mensaje de Cristo, en su palabra. Ustedes son la sal. Tú y yo somos sal para esta tierra que se ha vuelto insípida.

3. Luz del mundo
Y por si la sal no bastase, un poco de luz para iluminar. Sí, basta un poco de luz. Luz para las almas, luz para los corazones, luz para cada persona que te conoce, que conoces, luz para contagiar la alegría que sólo Dios da. Me llamó mucho la atención un artículo que un buen escritor español dedicaba a la tristeza. En resumen decía que hay personas que se empeñan en ser eternamente tristes, como si la vida no les sonriese. Son las del candelero debajo de la mesa… Y pensar que basta sólo el don de la vida para morirse de alegría. Cuánto más para ti, apóstol, antorcha de la humanidad. Cuando más se posee a Cristo más se irradia, más se comunica, es más, sale sólo desde dentro. El evangelio lo dice en otras palabras: ilumina a todos los que están en casa. Qué mejor fruto de nuestros pequeños ratos de oración que el aprender a contagiar la alegría del alma que está plenamente iluminada por su gracia.

4. Brille así su luz
Brille así su luz, brille así. Qué hermoso deseo con el que Cristo cierra este pasaje. Al final de esta reflexión ese susurro queda en nuestro corazón. Será una realidad si hoy comienzas a iluminar a tu alrededor con el testimonio de tu vida, de tu oración, de tu esfuerzo; con tu rostro lleno de la alegría, de la paz y felicidad que sólo Dios puede dar. Que brille así nuestra alma, que brille así nuestro corazón, que sazonen así nuestros granos de sal que han de dar sabor a nuestro mundo. Una oración, una sonrisa, un sacrificio, una palabra para iluminar… Brille así, brille así…

Propósito: Hoy me esforzaré por ser testimonio de alegría cristiana en mi casa, trabajo/escuela.

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