Domingo 26 de marzo – «¿Quien pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?».
H. Hiram Galán, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, estoy cansado de esta absurda rutina que agobia mi tiempo. La búsqueda frenética de felicidad fuera de Ti, ha desgastado mis años. Ayúdame a reconocer que sólo en tu corazón descansara mi alma.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 9, 1-41
En aquel tiempo, Jesús vio al pasar a un ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?». Jesús respondió: «Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios. Es necesario que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día, porque luego llega la noche y ya nadie puede trabajar. Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo».
Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte en la piscina de Siloé (que significa ‘enviado’). Él fue, se lavó y volvió con vista.
Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna, preguntaban: «¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?». Unos decían: «Es el mismo». Otros: «No es él, sino que se le parece». Pero él decía: «Yo soy». Y le preguntaban: «Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?». Él les respondió: «El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: ‘Ve a Siloé y lávate’. Entonces fui, me lavé y comencé a ver». Le preguntaron: «¿En dónde está él?». Les contestó: «No lo sé».
Llevaron entonces ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaron cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo». Algunos de los fariseos comentaban: «Ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes prodigios?». Y había división entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué piensas del que te abrió los ojos?». Él les contestó: «Que es un profeta».
Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera recobrado la vista. Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron: «¿Es éste su hijo, del que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?». Sus padres contestaron: «Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve o quién le haya dado la vista, no lo sabemos. Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo». Los padres del que había sido ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque éstos ya habían convenido en expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya tiene edad; pregúntenle a él».
Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador». Contestó él: «Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo». Le preguntaron otra vez: «¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?». Les contestó: «Ya se lo dije a ustedes y no me han dado crédito. ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?». Entonces ellos lo llenaron de insultos y le dijeron: «Discípulo de ése lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero ése, no sabemos de dónde viene».
Replicó aquel hombre: «Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha. Jamás se había oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder». Le replicaron: «Tú eres puro pecado desde que naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?». Y lo echaron fuera.
Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: «¿Crees tú en el hijo del hombre?». Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?». Jesús le dijo: «Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es». Él dijo: «Creo, Señor». Y postrándose, lo adoró.
Entonces le dijo Jesús: «Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos». Al oír esto, algunos fariseos que estaban con él le preguntaron: «¿Entonces, también nosotros estamos ciegos?». Jesús les contestó: «Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, siguen en su pecado».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
«Ni éste peco, ni sus padres sino para que se manifiesten en el las obras de Dios». Ante las dificultades de la vida siempre llega a nuestra cabeza una pregunta: «¿por qué?» Una pregunta quizás bastante natural e incluso lícita pero que la gran mayoría de las veces no tiene respuesta. Jesús nos quiere mostrar que no debemos buscar tanto un porqué si no más bien un «¿para qué?»
Sí, para qué permite Dios que suceda esto, es la actitud de quien quiere entender cuál es el plan de Dios en su vida y no sólo juzga su providencia con ojos humanos. Éstas son las verdaderas interrogantes de un corazón confiando a Dios. Que a pesar del dolor que pueda causarle la cruz tiene la dulce convicción de que «Todo sucede para bien de los que aman a Dios».
«En cambio los doctores de la ley tenían el corazón cerrado, se sentían dueños de sí mismos, pero, en realidad, eran huérfanos porque no tenían una relación con el Padre. Hablaban de sus padres —nuestro padre Abrahán, los patriarcas— pero como figuras lejanas. En su corazón eran huérfanos, vivían en una condición de huérfanos y preferían esa condición antes de dejarse atraer por el Padre. Estamos ante el drama del corazón cerrado de esta gente: creían haber sido creados por ellos mismos porque lo sabían todo, y, por esto, su corazón era incapaz de creer, porque no se dejaban atraer por el Padre hacia Jesús y, así, no formaban parte de las ovejas de Jesús.»
(Homilía de S.S. Francisco, 19 de abril de 2016, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Me propondré tener una visón sobrenatural en todos los inconvenientes y las incomodidades que se me presenten durante este día, aprovechándolos para crecer en la virtud.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.