Martes 12 de marzo de 2019 – La humildad: principio y fundamento de toda oración.
H. Pablo Alfonso Méndez Méndez, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame a confiar en Ti, a tener la certeza que Tú ya sabes lo que necesito. Y permite que pueda estar más atento a lo que me quieres decir.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 6, 7-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando ustedes hagan oración, no hablen mucho, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de mucho hablar serán escuchados. No los imiten, porque el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes pues, oren así:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.
Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Éste es el famoso pasaje evangélico en dónde nuestro Señor nos enseña a orar con el Padre de la mejor manera posible: del mismo modo que Él, Hijo eterno suyo. Muchísimas páginas se han escrito ya sobre esta excelsa oración, nos detenemos a meditar cada una de las palabras, de las frases, su estructura completa y su orden, pero muchas veces olvidamos el primer paso, quizá el más importante, que es la disposición con la que recitamos y meditamos esta oración…
Al inicio y al final del pasaje, Jesucristo nos habla sobre la humildad con la que debemos dirigirnos al Padre: no decir muchas palabras significa dejar que Dios entre en nuestro corazón, así como está, sin intentar justificar nuestras faltas o dar explicaciones inútiles… Él ya sabe cómo nos encontramos. Tan solo es necesario abrirle las puertas para que pueda entrar a sanarlo, renovarlo y ordenarlo. Una vez que hayamos experimentado este infinito acto de amor sobre nuestras vidas, llega el momento de comunicarlo: ¡Claro! ¡El perdón! Sería un poco ingrato de nuestra parte permitir que nuestro Padre haga grandes maravillas en nosotros, pero no reconocer que puede también actuar en los no conversos, ¿no crees?
Pidamos de manera especial a Jesús que nos enseñe a orar como Él, pero, sobre todo, que nos ayude a tener su misma disposición, su misma confianza y humildad: «Padre nuestro»”.
«El Padrenuestro hunde sus raíces en la realidad concreta del hombre. Nos hace pedir lo que es esencial, como el “pan de cada día”, porque como nos enseña Jesús, la oración no es algo separado de la vida, sino que comienza con el primer llanto de nuestra existencia humana. Está presente donde quiera que haya un hombre que tiene hambre, que llora, que lucha, que sufre y anhela una respuesta que le explique el destino. Jesús no quiere que nuestra oración sea una evasión, sino un presentarle al Padre cada sufrimiento e inquietud. Que tengamos la osadía de convertirla en una invocación gritada con fe, a ejemplo del ciego Bartimeo que gracias a su llamado perseverante, “Jesús, ten compasión de mí”, obtuvo del Señor el milagro de recobrar la vista. La oración no solo precede la salvación, sino que ya la contiene, porque libra de la desesperación de creer que las situaciones insoportables no se pueden resolver.»
(Homilía de S.S. Francisco, 12 de diciembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Poner especial atención a los signos de amor de Dios en este día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.