Domingo 5 de abril – El poder redentor del dolor.

Domingo de Ramos de la pasión del Señor

H. Miguel Ángel Pastrana, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, gracias por el regalo de estar aquí, ayúdame a estar con todo el corazón.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 27, 27-31.
¡Viva el rey de los judíos!
Los soldados del procurador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a todo el batallón. Lo desnudaron, le echaron encima un manto de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza; le pusieron una caña en su mano derecha, y arrodillándose ante él, se burlaban diciendo: «¡Viva el rey de los judíos!», y le escupían. Luego, quitándole la caña, lo golpeaban con ella en la cabeza. Después de que se burlaron de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificar.
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Es increíble lo mucho que puede cambiar una frase dicha en diferentes momentos. Hoy celebramos el día en que Jesús entró triunfante a Jerusalén en medio de hosannas, y también hacemos memoria del momento en el que los soldados se burlan de Él con un «salve». No son sólo las palabras las que llevan el significado sino el corazón. Qué diferente es alabar y burlarse, pero ambos se pueden hacer con las mismas palabras.

Así también pasa en nuestra vida; podemos ver los mismos acontecimientos dolorosos de dos formas, como una burla cruel o como una palabra de amor de Dios. A Jesús lo desnudaron y, hay veces, que parece que nos desnudan a nosotros también (perdemos una persona amada, hay una crisis en casa que no podemos resolver). Hay veces que no seremos capaces de ver la mano de Dios y lloraremos; pero esto no importa mientras lo pongamos en manos de Dios, como hizo Jesús. Hay veces que se burlarán de nosotros; o perdemos algo que consideramos nuestro; o quizá estamos enfermos y no podemos movernos. Qué triste sería que todo acabara aquí.

Dios es tan grande que justo cuando nos sentimos débiles y abandonados, somos más fuertes y tenemos a Dios más cerca. Quién se hubiera imaginado que este rey humillado sería el rey de tantos corazones.

Miremos nuestro dolor y pongámoslo en manos de Dios. Pidamos la gracia para ver como Él ve. Podemos ir más lejos y ver los sufrimientos del mundo y de la Iglesia. Pidamos por esas personas que sufren y no tienen en quién consolarse. Pidamos por aquellos que necesitan de sentido y amor.

«La belleza del arrepentimiento, la belleza del llanto, la belleza de la contrición! Como siempre, la vida cristiana tiene su mejor expresión en la misericordia. Sabio y bendito es el que acoge el dolor ligado al amor, porque recibirá el consuelo del Espíritu Santo que es la ternura de Dios que perdona y corrige. Dios perdona siempre: no lo olvidemos. Dios perdona siempre, incluso los pecados más feos, siempre. El problema está en nosotros, que nos cansamos de pedir perdón, nos encerramos en nosotros mismos y no pedimos perdón. Ese es el problema; pero Él está ahí para perdonar. Si tenemos siempre presente que Dios “no nos trata según nuestros pecados ni nos paga según nuestras faltas”, vivimos en la misericordia y la compasión, y el amor aparece en nosotros. Que el Señor nos conceda amar en abundancia, de amar con la sonrisa, con la cercanía, con el servicio y también con el llanto.»
(Audiencia SS Francisco, 12 de febrero de 2020)

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy no voy a quejarme y lo ofreceré a Dios por las personas que sufren.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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