Vivimos bajo la mirada del Señor.

Lunes 23 de noviembre de 2020 – Si no tengo amor, nada soy

H. Edgar Maldonado, L.C.

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

 

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, acepta la humilde ofrenda de mi vida; en tus manos abandono mi ser. Dispón de mí según tu voluntad.

 

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 21, 1-4

En aquel tiempo, levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que echaban donativos en las alcancías del templo. Vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: «Yo les aseguro que esta pobre viuda ha echado más que todos. Porque éstos dan a Dios de lo que les sobra; pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Queda claro lo siguiente: Jesús nos ve. No nos vigila como si fungiera como algún tipo de autoridad totalitaria. Simplemente nos ve. Este gesto, es decir, su mirada, evoca aquel otro pasaje de la Escritura donde dice «los hombres miran las acciones, Dios pesa las intenciones», o aquel otro donde dice «el Señor escruta los corazones de los hombres», sí, Él nos escruta, Él discierne e indaga las intenciones que están detrás de una simple acción. Vivimos bajo la mirada del Señor.

¿Qué vio Jesús en el corazón de los ricos? Ciertamente vio una buena disposición para ayudar al templo, pues no rechaza la ofrenda, sin embargo, tal vez les faltó amor en su ofrenda. Aunque habláramos todas las lenguas del mundo, aunque entregáramos nuestros cuerpos al fuego, aunque diéramos el diezmo de todo lo que poseemos, si no tenemos amor nada somos, de nada nos sirve. En cambio, la mujer de nuestra historia, tal vez lo ha perdido todo en la vida, tal vez ahora se encuentra en una situación de extrema necesidad, quién sabe. Pero sí sabemos esto: depositó en el templo su fe, su esperanza y su amor.

Esas dos moneditas, insignificantes en comparación con las ofrendas de los ricos del Evangelio, el cual nos sugiere que eran abundantes, no son nada, pero significan un espíritu quebrantado y un corazón contrito. El Señor no rechaza un corazón quebrantado y humillado.

 

 

«Jesús desenmascara este mecanismo perverso: denuncia la opresión instrumentalizada de los débiles por motivos religiosos, diciendo claramente que Dios está del lado de los últimos. Y para grabar esta lección en la mente de los discípulos, les pone un ejemplo viviente: una pobre viuda, cuya posición social era insignificante porque no tenía un marido que pudiera defender sus derechos, y por eso era presa fácil para algún acreedor sin escrúpulos. Esta mujer, que echará en el tesoro del templo solamente dos moneditas, todo lo que le quedaba, y hace su ofrenda intentando pasar desapercibida, casi avergonzándose. Pero, precisamente con esta humildad, ella cumple una acción de gran importancia religiosa y espiritual. Ese gesto lleno de sacrificio no escapa a la mirada de Jesús, que, al contrario, ve brillar en él el don total de sí mismo en el que quiere educar a sus discípulos.»

(Homilía de S.S. Francisco, 11 de noviembre de 2018).

 

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

 

Toma, Señor, mi libertad, mi memoria, entendimiento y voluntad. Todo mi haber y poseer Tú me lo diste, a ti lo torno. Todo es tuyo, dispón de mí según tu voluntad. Dame tu amor y gracia, eso me basta.

 

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Renovaré mi entrega al Señor diciendo: Señor, Jesús, te entrego mis manos para hacer tu trabajo…

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

 

¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!

 

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

 

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