En la imagen del Sagrado Corazón vemos a Cristo resucitado con sus heridas glorificadas, dándonos esperanza de que nuestras propias heridas serán premio de vida eterna. Cristo revela su costado traspasado y señala su corazón expuesto, indicándonos que quiere un encuentro íntimo con nosotros, una relación personal con Él.
Al entrar en su Corazón, en relación personal con Él, nos damos cuenta que su amor ardiente y perseverante, simbolizado por las llamas que lo rodean, quiere encender este fuego de amor en nosotros (cf. Lc 12, 49-50).
La corona de espinas que lo cerca es prueba de que asumió nuestros dolores, fracasos y pecados (cf. Is 53, 5). Pero por medio de la cruz ha vencido, ha convertido un instrumento de muerte en vida, mostrándola como bandera y trofeo en la cumbre de su corazón para reunirnos como pastor a su rebaño (cf. Is 11, 12).
Por medio de esta relación íntima, se hace nuestro Rey, sanándonos y uniéndonos a Él. La sentencia de muerte: Iesus Nazarenus Rex Iudeorum- Jesús el Nazareno Rey de los Judíos (Jn 19, 19) que fue escrita en el letrero sobre Cristo crucificado, nos revela el deseo de su Corazón, ser nuestro Rey y Señor (Cf. Ez 34, 23-24). Jesús se muestra rey, rey de amor desde la cruz.
Nos revela la herida sangrante de su costado que es la fuente fecunda que baña a la iglesia y a todo bautizado, como agua viva (Jn 4, 14) que vivifica y purifica todo a su paso (Cf. Ez 47, 1-12). Es realmente la fuerza del reino que Cristo nos dona en la eucaristía manantial de fertilidad para toda la Iglesia.
Por último, si miramos sus pies, nos damos cuenta de que está saliendo a nuestro encuentro, dándonos ejemplo de lo que es estar en salida, de lo que es ser un apóstol, un testigo del amor divino (cf. Jn, 1, 18). Estamos llamados a ser Iglesia en salida, ser Regnum Christi en salida, apóstoles de este Reino de amor.