Martes 12 de abril – Amar, para ya nunca tener hambre o sed.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
¡Cristo, Rey Nuestro! ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, Dios mío, que me has llamado a la experiencia de tu amor, hoy vengo nuevamente a Ti para renovar esta vivencia de sentirme querido, de sentirme querida. Gracias por donarme el don de la fe, el don de la esperanza y el don de la caridad. Hazlos crecer en mí, y derramarse así también a los demás. En tus manos coloco este tiempo de oración, que deseo dedicarte únicamente a Ti, para así luego dedicarme a los demás viéndote a Ti. Espíritu Santo, fuente de luz, dame un corazón sensible en la lectura de este Evangelio.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 30-35
En aquel tiempo, la gente le pregunto a Jesús: “¿Qué signo vas a realizar tú, para que la veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo”.
Jesús les respondió: “Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo”.
Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de la vida, el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Te doy gracias, Dios mío, por habernos enviado a tu Hijo a nuestras vidas. Dios se hizo hombre entre nosotros, vivió junto a nosotros, nos enseñó a vivir su amor. Si alguna vez nos preguntamos, qué es lo que nos haría feliz en esta vida, es Cristo quien habría de darnos la respuesta. El Hijo del Padre se encarnó en el seno de la Virgen María para nacer y vivir entre nosotros, junto a nosotros, junto a mí, y darnos testimonio, en vida y en palabra, sobre en qué consistiría la vida eterna: amar.
¿Qué señal viniste a darnos para que pudiéramos creerte? No sé si exista señal más excelsa que la de amar hasta el extremo. Sanar ciegos, curar leprosos, saciar el hambre en pescas milagrosas, multiplicar los panes entre miles de personas –nada queda comprendido de estos signos, si no se entienden bajo el signo del amor, bajo el signo de una cruz, bajo el signo de un Redentor que sufrió verdaderamente en carne y en hueso lo que todo ser humano –e incluso más.
Él es el verdadero pan del cielo, Él es mayor que el maná, porque el pan de Dios es Aquél que baja del cielo y da la vida al mundo. Y si yo perdí la vida por mi pecado, Señor Jesús, Tú viniste a recobrarla –y a enriquecerla- por medio de tu amor. Hoy puedo tener la certeza de poder amar como Tú, porque no solamente nos mandaste amar, sino que viniste a ofrecernos la gracia de poder hacerlo. Con plena confianza en tu amor, quiero ofrecerte mi vida en entrega a los demás, en entrega en mi misión, en mi familia, con mis amigos y amigas, con las personas que has puesto en mi camino para darte conocerte a Ti –conocerte por medio de mí que, aunque soy poco, te tengo a Ti.
«La Eucaristía es la cena de la familia de Jesús, que a lo largo y ancho de la tierra se reúne para escuchar su Palabra y alimentarse con su Cuerpo. Jesús es el Pan de Vida de nuestras familias, Él quiere estar siempre presente alimentándonos con su amor, sosteniéndonos con su fe, ayudándonos a caminar con su esperanza, para que en todas las circunstancias podamos experimentar que es el verdadero Pan del cielo.»
(Homilía de S.S. Francisco, 22 de septiembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Señor Jesús, en tus manos pongo este día. Para imitarte en tu amor, te prometo que daré limosna a un pobre, le dedicaré una sonrisa y le ofreceré mi escucha y atención.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.