Lunes 4 de Julio – Tocar la salvación.
Nuestra Señora del Refugio
H. Javier Castellanos, LC.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Vengo ante Ti, Señor, pues Tú eres mi Dios y mi Salvador. Te adoro y te alabo por todas las cosas buenas que has hecho conmigo, y pongo en tus manos todo aquello que me preocupa. Tú conoces ya mi pequeñez, mi debilidad, mis dificultades y las de mis seres queridos. ¡Jesús, confío en Ti! Concédeme en este rato de oración experimentar de nuevo tu amor y tu misericordia. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 9, 18-26
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se le acercó un jefe de la sinagoga, se postró ante él y le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir; pero ven tú a imponerle las manos y volverá a vivir».
Jesús se levantó y lo siguió, acompañado de sus discípulos. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orilla del manto, pues pensaba: «Con sólo tocar su manto, me curaré». Jesús, volviéndose, la miró y le dijo: «Hija, ten confianza; tu fe te ha curado». Y en aquel mismo instante quedó curada la mujer.
Cuando llegó a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús a los flautistas, y el tumulto de la gente y les dijo: «Retírense de aquí. La niña no está muerta; está dormida». Y todos se burlaron de él. En cuanto hicieron salir a la gente, entró Jesús, tomó a la niña de la mano y ésta se levantó. La noticia se difundió por toda aquella región.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Pongámonos por un momento en la situación de esta mujer del Evangelio. Una enfermedad aparentemente incurable, doce años de sufrimiento, mil remedios fallidos… O bien, imaginémonos estar pasando por la misma agonía del jefe de la sinagoga: tenía dinero y buena fama, pero un vacío inmenso en lo más importante. Su hija pequeña no había sobrevivido la enfermedad y murió en la flor de su vida, dejando una oscuridad tremenda para sus padres. Ambas son realidades que desgarran el corazón. Hunde el alma con sólo pensarlo…
Hay realidades que desalientan incluso a los más optimistas. Con todo realismo, hay poco o nada que hacer; y por eso nos impacta aún más ver personas que incluso en estas pruebas mantienen viva la esperanza, que siguen luchando, que no pierden la fe. La hemorroísa y el jefe de la sinagoga son dos ejemplos claros de esta actitud. No dieron todo por perdido, nunca se dejaron caer en el vacío de la desesperación. Sabían que tenía que haber una salvación. Y la buscaron en Jesús de Nazaret.
Cristo trajo la salud a una persona y la vida a otra gracias a un contacto.
La mujer tocó el manto de Jesús, el jefe de la sinagoga lo dejó entrar en su casa. Y es que Cristo no sólo trae la salvación: Él es la Salvación. Lo que Él toca, sana; donde Él entra, hay vida. Cristo es mucho más que un buen hombre: Él es también verdadero Dios, la fuente de todo bien, el consuelo profundo y verdadero del corazón humano.
La enfermedad, el sufrimiento y la muerte son realidades que nos tocan a todos nosotros. ¿Tenemos una confianza invencible como la de esta mujer? ¿Nuestra fe se mantiene viva como la de este hombre? En esos momentos o situaciones en que parece que no hay esperanza, recordemos las palabras del Señor: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre.» (Jn 11, 25-26)
«El Nuevo Testamento nos habla de la divina misericordia (eleos) como síntesis de la obra que Jesús vino a cumplir en el mundo en el nombre del Padre (cfr. Mt 9,13). La misericordia de nuestro Señor se manifiesta sobre todo cuando Él se inclina sobre la miseria humana y demuestra su compasión hacia quien necesita comprensión, curación y perdón. Todo en Jesús habla de misericordia, es más, Él mismo es la misericordia.» (S.S. Francisco, Mensaje del Santo Padre para la XXXI Jornada Mundial de la Juventud, 28 de septiembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscaré dar ánimo y consuelo a alguien que se encuentre en un momento difícil.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.