Señor, auméntanos la fe (Lc 17,5-10)

Evangelio: Lucas 17,5-10
Los apóstoles dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor les contestó: «Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: ´Arráncate de raíz y plántate en el mar´, y los obedecería. ¿Quiénes de ustedes, si tienen un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ´Entra enseguida y ponte a comer´? ¿No le dirá más bien: ´Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú´? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación? Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ´No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer´».

Fruto: Pedir la gracia de la humildad sincera.

Pautas para la reflexión:
Este pasaje evangélico es un termómetro para medir nuestra fe. ¿Tengo suficiente fe como para mover las montañas (léase dificultades, problemas, contrariedades) que se me presentan en mi vida? ¿Y qué lugar ocupa «mi yo» en mi familia, colegio, trabajo…? ¿Soy el dueño o el servidor? Quien tiene fe también sabe ser humilde y conocer cómo Dios está presente dirigiendo nuestra vida. Hay que hacer nuestra esta oración y repetirla constantemente: Señor, auméntanos la fe.

1. Auméntanos la fe
Un primer apartado sería el análisis de nuestra fe. ¿Qué tipo de fe tengo? Quizá una fe que espera contar siempre con «buena suerte» y por ello sólo le pido a Dios que no me pase nada, pero cuando surge alguna contrariedad entonces todo se desmorona. O tal vez una fe de sentimientos, que sólo acepta y cree en Dios cuando todo se siente bonito, cuando somos felices, pero a la primera tristeza, dolor, enojo, pareciera que Dios no existe, o que la misa, la Eucaristía, la confesión carecen de valor ante el sentimiento herido… Esta petición de los apóstoles es siempre reciente: «Señor, auméntanos la fe». Tiene fe quien se adhiere a la voluntad de Dios y busca y cumple su voluntad. Esa fe capaz de mover montañas. La fe de la madre de familia que ver morir a su hijo a causa del cáncer, y en medio del dolor eleva su mirada y su corazón a Dios para pedir por él, pero sobre todo para que la voluntad de Dios purifique el dolor. Una fe que mueve montañas… Señor, auméntanos la fe.

2. El dueño y el siervo
Pareciera que el contenido de la segunda parte de este pasaje no continúa con la temática de la fe. Pero en realidad la fortifica. Porque la humildad es un modo concreto de vivir la fe. El tener nuestro lugar, lo que somos delante de Dios eso es lo que somos, no la proyección social de un mundo que se tortura por crear máscaras, etiquetas para colocar en las personas: lo que usas, lo que vistes, con quién te llevas, a dónde sales… ¿Qué lugar ocupo actualmente? ¿Permito que Dios sea el dueño de mi existencia? ¿O me dejo llevar por toda la presión social que busca por todos los medios destruir a Dios de la vida de las personas? ¿Me he dejado permear por esa forma de pensamiento? La humildad es la verdad, ni más ni menos, lo que soy delante de Dios, ese soy yo. Y si Dios es el rey y señor de mi historia, entonces sé reconocerme como creación suya, como necesitado de su gracia para elevar mi pobre naturaleza humana inclinada al error. Necesitado de su amor para vencer el odio y rencor que en ocasiones expresa mi corazón sólo porque las personas no hacen lo que quisiera o porque no piensan como yo.

3. Hicimos lo que teníamos que hacer
Los católicos tenemos una misión específica: que Dios sea conocido y amado. Todo lo demás es circunstancial. Por eso, para quien tiene una fe viva, una fe hecha vida cotidiana, reconocerse servidor de los demás forma parte del «estatus social» cristiano. A ejemplo de Cristo que no vino a ser servido sino a servir, quien nos enseñó que los últimos serán los primeros y quien dio su vida por amor a cada uno de nosotros. Sólo la fe nos hace capaces de realizar actos generosos para ayudar al prójimo, para construir y edificar estructuras que colaboren a la promoción social, para trabajar a favor de la familia cristianamente constituida y que por siglos ha sido la base de la sociedad civilizada. Y todo esto sin esperar que el «servido» me sirva la comida por todo lo que le hice. Más bien, con la actitud de quien se sabe hijo de Dios: he hecho lo que tenía que hacer.

Propósito: Puesto en mi lugar, dejaré que Dios sea realmente el señor de mi existencia.

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