Carta del P. Eduardo Robles-Gil, L.C. con motivo de la Pascua
20 de abril de 2019
A los miembros del Regnum Christi
Muy estimados en Jesucristo:
La liturgia de Pascua grita y canta: el Señor ha resucitado, ¡Aleluya, Aleluya! Verdaderamente ha resucitado, ¡Aleluya, Aleluya! Es la Pascua del Señor y estamos llamados a proclamar este mensaje con la alegría de nuestra voz y el testimonio de nuestra vida.
La fuerza de la resurrección de Jesús es también resucitadora y por ello toda la Iglesia está llamada a una vida nueva. La Pascua es un llamado a todos los cristianos. Existe una vida nueva. ¡Salid de las tumbas para experimentar la alegría del Señor Resucitado!
¡Salid de las tumbas a la vida! Esta es la llamada constante de Jesús Resucitado al corazón de cada uno de nosotros. «Si habéis resucitado con Cristo buscad las cosas de arriba» (Col 3, 1).
Podemos pensar en distintos tipos de tumbas. Una primera tumba es el encerramiento en uno mismo, es la tumba de los apóstoles encerrados en el cenáculo. Otra es la tumba de la duda y la incredulidad, y es la tumba delos discípulos de Emaús. Una tercera puede ser la tumba de la tristeza y el llanto amargo, como el de María Magdalena, por un presente difícil que no permite ver la realidad completa.
Ante la llamada del papa Francisco a ser una Iglesia viva en salida, nosotros, como miembros del Regnum Christi, queremos escuchar y acoger este llamado. ¡Salgamos de la tumba! ¡Seamos una comunidad de apóstoles en misión! La Exhortación apostólica Christus Vivit que acaba de publicar el Santo Padre el 25 de marzo de 2019, nos pide esto mismo recordando la resurrección del hijo de la viuda de Naim (cf. Lc 7, 14). Nos invita a una vida nueva. ¡Salgamos pues liberados de las cadenas de la muerte!
Si has perdido el vigor interior, los sueños, el entusiasmo, la esperanza y la generosidad, ante ti se presenta Jesús como se presentó ante el hijo muerto de la viuda y, con toda su potencia de Resucitado, el Señor te exhorta: «Joven, a ti te digo, ¡levántate!» (Christus Vivit 20).
Uno de los rasgos más tentadores de nuestra sociedad que impide esta salida es el individualismo egoísta: las personas se consideran aisladas y el individuo solo existe por sí y para sí. Esta tumba lleva a la muerte porque incapacita para vivir en la comunión con los demás, en la alegría profunda de la comunión de los santos vivos en la que reconocemos que el Señor nos ha hecho unos para otros para el enriquecimiento común de todos. Eso es justamente lo que vemos en Pedro y en Juan cuando van corriendo al encuentro de Cristo Resucitado saliendo de sí mismos, dándose cuenta de que no existen solo para sí, sino que hay un Otro, alguien fuera de ellos mismos que les atrae de tal modo que están dispuestos a arriesgar la vida entera para descubrirle (cf. Jn 20, 3-10). Y una vez que han encontrado a ese Otro, ven y creen. Es este encuentro el que les hace capaces de la proclamación de la Vida que es la fe. Esta experiencia es la que los transforma en apóstoles.
De modo semejante, cada miembro del Regnum Christi, como todo cristiano, está llamado a experimentar este dinamismo del encuentro personal con el Amor que te saca fuera de ti, que te hace salir al encuentro del Señor donde sea que le descubras, para ver y proclamar en la fe que ha resucitado. Esto hace que el Regnum Christi a través de nosotros sea verdaderamente un movimiento apostólico en salida.
La segunda tumba en la cual podríamos yacer muertos es la duda sistemática y existencial, tan común en los hijos de nuestro tiempo. Esta tumba es extremadamente venenosa, dado que la puerta de salida nos parece inalcanzable al sentirnos a varios metros bajo tierra. La persona que sufre verse en esta tumba se siente encerrada en una oscuridad sin salida, incapaz de superar la trampa.
Así estaban los dos discípulos de Emaús: se marchaban de Jerusalén y se alejaban de la solución que necesitaban. Huían errantes, agobiados por sus dudas mientras iban por el camino, incapaces de salir de sí y de ver la Verdad ante sus ojos, la Verdad capaz de sacarles de aquella duda existencial (cf. Lc 24, 13-35). A veces nosotros nos hemos sentido escandalizados por la negrura del mal en nuestras vidas, por los pecados en la Iglesia; y hemos dudado de que sea realmente posible una solución, una salida para descubrir la Verdad, la Vida y el Camino (cf. Jn 14, 6). Ante esta tumba, el único capaz de hacernos salir es el Señor mismo al manifestarse presente y misericordioso en la fracción del pan, que es la realidad de sí mismo muerto en la cruz y resucitado por cada uno de nosotros.
¿Cuáles son tus dudas, tus ansias? ¿Cuál la oscuridad que necesitas vencer hoy para salir de la tumba y ser un miembro vivo del Regnum Christi capaz de correr y de proclamar a los demás la grandeza de esta noticia de que Cristo vive? Dejemos experimentar en nuestros corazones la alegría de estar ya en una etapa nueva del Regnum Christi en la que nos podemos dedicar con fuerzas renovadas al apostolado y a la evangelización.
Una tercera, entre otras muchas tumbas posibles, es la tristeza que nace del interior del alma y sale incontroladamente como el llanto apesadumbrado de María Magdalena (cf. Jn 20, 11-18). Es una amargura de alma que opaca la capacidad de ver en nuestro interior para descubrir al Señor mismo presente en nuestro corazón, aun en medio de los dolores más hondos y profundos de nuestra vida.
«¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? ¡Alzaré la copa de la Salvación, invocando tu nombre, Señor!» (Sal 115). Esta oración está llamada a ser la oración de cada uno de nosotros que, aunque tal vez clavados en nuestras cruces personales, sabemos que Cristo Resucitado está presente, que el sufrimiento en nuestra vida personal y en nuestra vida como Regnum Christi tiene un sentido y que la muerte no es la última palabra. «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Cor 15, 55).
Las heridas de Jesús Resucitado, así como sus llagas vistas y tocadas por nosotros, pueden alegrar nuestros corazones y hacen posible que confesemos nuestra fe como santo Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28).
Desde esta experiencia del encuentro con Jesucristo Resucitado debemos salir entusiasmados a los caminos y a las calles, ya no buscando desesperadamente al Amor de nuestras vidas (cf. Ct 3), sino para hacer partícipes de este Amor especialmente a los más necesitados de un encuentro personal con Él.
Lo dice el Papa en su Exhortación apostólica Chritus Vivit:
Jesús ha resucitado y nos quiere hacer partícipes de la novedad de su resurrección. Él es la verdadera juventud de un mundo envejecido y también es la juventud de un mundo que espera con «dolores de parto» (Rm 8, 22) ser revestido con la luz de su vida. Cerca de Él podemos beber del verdadero manantial, que mantiene vivos nuestros sueños, nuestros proyectos, nuestros grandes ideales y que nos lanza a una vida que vale la pena (Chritus Vivit 32).
Pido a Dios que esta Pascua sea para cada uno de nosotros ocasión de renovar la experiencia del amor liberador de nuestro Señor Resucitado, que nos haga salir de una vez para siempre de nuestras tumbas personales e institucionales, haciéndonos capaces de una proclamación de fe, no en nosotros mismos, sino en Él y desde Él, que ha muerto y resucitado por nosotros.
¡Que María, Reina de los Apóstoles nos acompañe!
Afectísimo en Jesucristo,
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