«La comunicación y la transparencia propician una cultura de ambientes seguros» – Entrevista al P. Benjamín Clariond, LC
Compartimos la entrevista que, en el contexto del Encuentro sobre la protección de los menores en la Iglesia, Lo+RC de España realizó al P. Benjamín Clariond, LC, para tratar el tema de la «transparencia que la Iglesia necesita y los criterios para que su comunicación sea efectiva a la hora de lograr una cultura en la que se prevengan los abusos, se dé voz a las víctimas y, sobre todo, toda la sociedad pueda participar en la edificación de una cultura de ambientes seguros».
El P. Benjamín Clariond, LC, autor del libro: “Comunicar y participar: La comunicación institucional en la Iglesia y su relación con la tutela y promoción del bien común”, fue coordinador del departamento de ambientes seguros de la Legión de Cristo del 2012 al 2016 y director de la Oficina internacional de comunicación del Regnum Christi del 2012 al 2017. Actualmente es el director del Instituto Cumbres Alpes Querétaro y de la Preparatoria Anáhuac Querétaro
¿Cuál es la necesidad que ahora mismo hay en la Iglesia a la que ha de responder este encuentro del Papa con los obispos?
Creo que puede convertirse en un mayor compromiso de parte de todas las conferencias episcopales para ser transparentes sobre qué están haciendo, cómo lo están haciendo, y de acercamiento real a las víctimas. No es como tal un evento legislativo, pero sí tiene mucha fuerza educativa, y servirá para compartir mejores prácticas y despertar conciencias, pues la Iglesia no debe actuar bien por la presión de los medios, sino por la íntima convicción de que cada persona es digna de una vida feliz y de que, si se le ha hecho sufrir, hay que reconocerle ese mal infligido, repararlo, y emprender un caminar hacia adelante.
Lo cierto es que, respecto de los abusos a menores en la Iglesia, algunos medios de comunicación han trabajado para denunciar los hechos, ponerlos en el conocimiento de la opinión pública, y comprometerla en esta lucha. Hay quienes en el seno de la Iglesia lo perciben como un ataque.
Invitaría a esas personas a leer el discurso del papa Francisco a la Curia del pasado mes de diciembre, donde habla que a veces es necesario que llegue el profeta Natán para hacerle ver el pecado a David. Los medios de comunicación nos han ayudado a tomar conciencia de una situación verdaderamente grave sacando a la luz cosas que no eran claras a las que no se daba la importancia que tienen, y han ayudado a dar voz a quien no tenía voz. Yo creo que debería llegar el momento en que no sea necesaria la presión mediática para actuar, pero a veces la Iglesia necesita una buena sacudida para despertar del letargo y dedicarse a lo que es lo verdaderamente importante.
También el hecho de despertar a la opinión pública es fundamental porque al hablar de los abusos con objetividad y con verdad, los medios contribuyen al bien común, pues es un problema social que se da en muchos ámbitos de la sociedad.
¿Y por qué se percibe como un ataque?
Porque avergüenza la verdad, por un lado, y se reacciona instintivamente sintiéndose atacado por quien denuncia. También a veces hay datos sensacionalistas que no corresponden a la verdad, o falta de rigor profesional, pero no por eso podemos decir que los medios que denuncian atacan a la Iglesia. También creo que es importante que los medios les den a las partes la oportunidad de expresar su voz si lo desean, que no actúen a las espaldas de ella, que puedan participar todos en la conversación y no solo los que tiene en sus manos la tecnología y los medios para poder difundir cierta información. Siempre que sea desde la búsqueda de la verdad, la ética profesional y el respeto y el servicio al bien común es bueno que los medios de comunicación investiguen y denuncien.
¿Cuáles son las informaciones que una institución, en este caso, de la Iglesia, debería aportar públicamente sobre la prevención de abusos o sobre los abusos que ocurren en su seno?
La información que debe dar es qué está haciendo, cuál es el alcance del fenómeno, dando estadísticas, cuántas personas han recibido capacitación sobre esta materia, cuántos cursos se han dado, cuántas denuncias han llegado, cuántas denuncias han concluido en culpabilidad y cuántas no… Son una serie de datos para ofrecer periódicamente cuál es el status de la cuestión. Es parte de un reporte que le sirve también a la misma Iglesia como una auto evaluación de su quehacer en este ámbito. Y, como la Iglesia no es solamente la oficina diocesana y la Iglesia somos todos, creo que ha de ser accesible a todas las personas que tengan un cierto interés sobre el tema. Para participar y ser responsable de algo es necesario estar informado.
Al mismo tiempo, considero que si hay una situación particular se le debe comunicar a las personas que de alguna manera estén implicadas.
¿Por ejemplo? ¿Qué habría que contar, o de qué habría que informar y a quién si un sacerdote de una parroquia es acusado de abusos, pongamos el caso?
Supongamos que llega una acusación contra un sacerdote que está en una parroquia. Esa parroquia tiene derecho de saber por qué se ha suspendido cautelarmente a este sacerdote, diciendo claramente que tiene derecho a la presunción de inocencia, pero que mientras dure la investigación, el sacerdote no va a tener este cargo de responsabilidad precisamente para facilitar las cosas y por cautela. Pero la gente tiene derecho a saberlo. No lo pondría en una agencia de noticias de carácter internacional pero sí en conocimiento de la comunidad parroquial de los afectados.
Si en una comunidad religiosa hay un sacerdote que ha sido acusado de algo, creo que es de mínima honestidad el informar al resto de los miembros de la comunidad de la acusación que pesa sobre esta persona diciendo que de momento tiene tales medidas cautelares. Como comunidad cristiana que son, se le apoya, se le ayuda a vivir las restricciones, se le ayuda mientras dura la investigación, y una vez que se dicta sentencia se le ayuda a afrontar lo que la sentencia establezca.
Es muy difícil restituir la fama de una persona acusada si una sentencia lo declara inocente finalmente. Emprender este camino comunicativo también implica asumir un coste sobre la buena fama de quien resulte ser inocente.
Por eso hay que hacer todo lo posible por restituir la buena fama de esta persona. Cuando se recibe una acusación, la institución tiene que informar a quien tiene derecho a saberlo sobre el hecho de que se ha recibido una acusación, las correspondientes medidas que se toman, y debe decir explícitamente que no se sabe de la culpabilidad o inocencia de esta persona, así como pedir oraciones por todos los afectados. La persona acusada puede afirmar su inocencia, pero corresponde a la autoridad pertinente reconocerla o no.
Ciertamente, el cambio de cultura con respecto a las prácticas del pasado está en que la víctima pasa a ser el bien principal a proteger. ¿Cómo contribuye una adecuada comunicación institucional al bien de las víctimas de abusos?
Contribuye, no lo hace sola. No se puede pretender que una declaración vaya a lograr la sanación de nadie. Una declaración, el reconocimiento público del mal causado y la petición de perdón son muy importantes para la sanación y reconciliación de la víctima. Se tiene que hacer, y no solo en caso de abusos sexuales, sino siempre que alguien haya sufrido algo. El reconocimiento del mal y del dolor sufrido ayuda poderosamente a la sanación. Pero la comunicación institucional no es una simple declaración ni una estrategia de posicionamiento para lograr una buena reputación: es conjugar palabras y acciones, gestos y declaraciones para lograr que se manifieste la propia identidad.
Si la identidad de la Iglesia es de una Iglesia en salida, una Iglesia de comunión, necesita comunicar y decir «esto es lo que ha pasado y esto es lo que estamos haciendo, esto es lo que hemos aprendido, esto dónde necesitamos ayuda», porque no siempre podemos hacerlo todo nosotros solos.Una buena comunicación institucional es lo contrario al silencio que encubre un mal, y en ese sentido puede suscitar que más víctimas se acerquen y puedan iniciar un camino de sanación. Esa es la experiencia común. Es lo contrario al silencio que oculta. La víctima es tan hija del obispo como el sacerdote. Ciertamente a veces puede ser complicado por el miedo a las denuncias penales, legales o económicas que pueden llevar a una institución a la bancarrota cuando también tiene el deber de preservar el bien de toda la institución. Pero siempre lo primero es la atención a las víctimas por encima de cualquier otra consideración.
Yo creo que la comunicación tiene una contribución importante. Ciertamente, no exime de los encuentros personales institucionales que pueden incluso suceder lejos de los focos de los medios. Y por supuesto nunca se puede instrumentalizar a una persona, menos a una víctima, para decir «que bien lo estamos haciendo». Eso sería una revictimización.
Desde la perspectiva de la comunicación, ¿cuáles diría que es la clave para cambiar una cultura centrada en la protección de la propia reputación en perjuicio de la víctima por una cultura de protección del menor y la atención a las víctimas?
En la medida en que nos convenzamos de que el mejor servicio a la evangelización es que la Iglesia sea una casa segura, en esa medida habrá una serie de valores, como la transparencia, que van a ser la norma y no la excepción. Pero mientras no cambien las convicciones fundamentales, estaremos haciendo cambios cosméticos.
Creo que una convicción que hay que cambiar es el cuidado de la propia reputación por encima de cualquier otra consideración, que lleva a no compartir información real, y a tratar a otras personas como niños incapaces de conocer la verdad. La reputación por encima de todo habría que sustituirla por la convicción de que la transparencia es un bien.
No se trata de una transparencia a ultranza, no se trata de decirlo todo, pero sí la transparencia en aquello que las demás personas tienen derecho a conocer. Si hay alguna cosa sobre la que hay que mantener reserva, hay que ser capaces de dar los motivos, pero nunca será bueno y nunca será aceptable mantener un secreto que busque encubrir u ocultar acciones inmorales que estén afectando a otras personas o criminales que deberían detenerse. Jamás se puede invocar el derecho a la reserva para encubrir conductas inmorales o delictivas. El silencio es inaceptable.
Un cambio de cultura genera miedos, y los miedos generan resistencias. ¿Cuáles diría que son los principales miedos en la Iglesia a este cambio? ¿Y cómo lograr que sea efectivo?
Hay que tomar en cuenta que todo cambio genera resistencia siempre. Sientes que estás perdiendo un bien, y necesitas descubrir otro bien que lo supla. Por eso creo que para que un cambio cultural sea efectivo es imprescindible invitar a las personas a participar en el mismo, y no imponerlo por un decreto. Me parece que la reunión del Papa con los obispos va en esa línea. No se puede tener un único estándar, un único parámetro de código de conducta a todo el mundo: los principios son los mismos, pero las expresiones culturales son diferentes. Entonces, hay que involucrar a las personas en este proceso. Creo que es facilita mucho, quita miedos y hace posible el cambio.
Otro elemento importante de la resistencia al cambio es que el daño a la reputación de los sacerdotes por la culpa de unos pocos que han hecho grades escándalos y crímenes pesa, y causa dolor y confusión, y a veces puede causar dudas sobre la propia vocación. Uno va cargando el estigma del abuso cuando cometido por otros, incluso cuando trata de ser ejemplar en la vivencia de sus compromisos sacerdotales y el bien de las personas. Es un dato a no subestimar y que el papa Benedicto XVI menciona explícitamente en su carta al pueblo de Irlanda.
Un tercer elemento de la resistencia es el miedo a perder prestigio institucional. A nadie le gusta descubrir que su familia no es perfecta, que hay hermanos nuestros que han cometido crímenes atroces. Pero lo más maduro es asumir esos hechos como parte de la historia y convertirlos en un camino de aprendizaje y de redención, de mayor compromiso para que eso no se repita. No ocultarla, no negarla, no encubrir: sacarla a la luz y permitir que la gracia pueda sanar esas heridas. Ocultar, encubrir, el silencio… son inaceptables: hacen que no se pueda sanar, que el problema se agrave, que más personas puedan acabar siendo víctimas. El silencio que encubre el mal destruye vidas.
Habla de transparencia. Hay a quienes les asusta. ¿A qué se refiere con transparencia? ¿Podría sustituirla por otra palabra?
Yo una palabra no la he encontrado y tampoco lo he pensado mucho, pero transparencia es dar la información a la que las otras personas tienen derecho. Ese es realmente el verdadero concepto de transparencia. Es justo la razón por la que mi tesis la titulé «Comunicar y participar»: se trata de comunicar toda aquella información que permite participar activamente y correctamente a cada uno en la consecución del bien común y que, por lo demás, es lo que pedía la Lumen Gentium en el n. 37 y la instrucción Communio et Progression en los nn. 119-120. Han pasado 50 años de esos documentos y todavía tenemos que trabajar para asimilar lo que ahí se dice y hacerlo vida. Hay progreso, sin duda, pero todavía hay mucho camino por recorrer. Debemos entender que el silencio no es aceptable en el campo de los abusos.
La experiencia de los legionarios de Cristo y del conjunto del Regnum Christi ¿tiene algo que aportarles a la Iglesia y a la sociedad en prevención de los abusos a menores?
A mí me parece que sí. Con muchísima humildad y sin pretender tener la última palabra en este tema, creo que hemos aprendido mucho y nuestro aprendizaje puede serles de utilidad a otros. Hace unos años en una conferencia en la Gregoriana, la embajadora de Alemania ante la Santa Sede decía que, por desgracia, en el ámbito de la prevención de abusos, muchas instituciones no reaccionan hasta que les ocurre a ellos…
Probablemente la Legión de Cristo se convirtió durante un tiempo en un lamentable referente de los abusos de menores en la Iglesia, pero de ahí surgió un compromiso importante por aprender, reparar y, sobre todo, nos comprometimos para que esto no le ocurra a nadie más. Es una determinación firme que se ha hecho realidad especialmente desde que en 2013 implementamos las políticas de ambientes seguros que ahora seguimos. Pedir perdón exige trabajar para que un abuso jamás pueda volver a ocurrir.
La grave crisis institucional por el tema del fundador nos hizo despertar del sueño, reaccionar, y hacer un serio proceso de autocrítica. Nuestra experiencia con sus aciertos y sus errores, con sus luces y sus sombras, puede servirles a otras instituciones porque sí hemos querido recorrer un camino de conversión, de atención a las víctimas, de cercanía con ellas, independientemente de que sean de carácter mediático o no, y sabiendo que nunca será suficiente lo que hagamos para sanar sus heridas. Creo que mucho podemos aprender de las víctimas y deben ser siempre parte de la solución a este problema en la Iglesia y en la sociedad misma.
¿Tiene la Iglesia algo que aportar a la sociedad desde esta crisis de los abusos en su seno?
Aunque todavía falte mucho camino, ha tomado conciencia de la maldad de este problema y de la tolerancia cero a los abusos, y también, en la tolerancia cero a la negligencia en la gestión de estos casos con acciones como el motu propio Como una Madre Amorosa del papa Francisco. Es verdad que falta mucho por hacer, pero los programas de prevención, de respuesta, de atención a las víctimas, etc., creo que son y serán una aportación a la sociedad y a otras instituciones a las que se puede ofrecer este camino que estamos recorriendo. Las reuniones de estos días en el Vaticano creo que podrán también aportar más allá de las fronteras de la Iglesia.
En el libro que se acaba de publicar con su tesis, pone el foco en el bien común como una clave para el discernimiento en la comunicación institucional, que es uno de los aprendizajes que hizo como director de Comunicación. ¿Cómo puede el bien común ayudar a discernir a un Gobierno si informar sobre algo que afecta a la reputación de alguien?
La primera responsabilidad de toda autoridad es contribuir al bien común, y ordenar a la sociedad o a una institución hacia el bien común: crear un ambiente que permite irlo alcanzando. Por eso considero que el bien común puede ser una especie de la brújula para el discernimiento sobre la comunicación institucional, sobre todo porque nos ayuda a preservarnos de falsos razonamientos.
Por ejemplo. La difamación es una cosa mala ciertamente, y dañar la reputación de alguien no es una cosa que haya que buscar. Sin embargo, eso que es un bien particular no es un bien absoluto: debe situarse en el horizonte del bien común. Si por salvaguardar la fama de una persona le privo a otro de una información que le es necesaria para poder tomar ciertas decisiones, esa acción que aisladamente podría parecer buena, en realidad no lo es.
Supongamos el caso de un sacerdote -o de un laico- que ha abusado de un menor. Podríamos intentar salvaguardar el buen nombre y la reputación de la Iglesia y de esa persona, se podría pensar que lo mejor es no decir nada. Sin embargo eso sería inmoral, pues no permite que la comunidad donde está esa persona pueda reaccionar adecuadamente ante el peligro que esta persona representa, ni que las autoridades civiles puedan tomar las medidas pertinentes. Hay personas tienen el derecho de conocer estos hechos. Comunicarlo no es difamación, sino dar a conocer información a quien tiene derecho a ella.
Procurar un bien particular perdiendo de vista el bien común es, en mi opinión, uno de los grandes escollos que ha llevado a la Iglesia a callar, a no dar la información y a titubeos que hoy son inaceptables, y que además han causado mucho desencanto y mucha pérdida de credibilidad entre los fieles.
Creo que es parte del aprendizaje hecho: si nos colocamos en el horizonte del bien común, tenemos un elemento muy bueno para poder qué comunicar, cómo hacerlo, qué alcance darle, y evitar comportamientos que aislados podrían parecer buenos, pero que sin este horizonte del bien común en el fondo no lo son. Hay que ver más allá de bienes particulares y nunca obviar el bien de las personas afectadas, así como el derecho de una persona que es acusada a saber cuál es el proceso que se seguirá y que tenga un proceso justo.