Un retrato de Fratelli tutti — Descubriendo la encíclica como quien observa un lienzo
Por Fernando Lorenzo Rego, laico consagrado del Regnum Christi
Seguro que más de uno recordará esos momentos de nuestra infancia cuando, ante el capricho de no querer comer todo lo que había en el plato, nuestra mamá nos insistía diciendo “¡pensar que tantos niños se mueren de hambre en África y tú no quieres la comida!”. Nosotros pensábamos si el hecho de comerlo haría que esos niños no pasaran hambre.
Papa Francisco menciona aspectos tan sencillos como éste como elemento altamente formativo. No ha dejado de sorprenderme. Me explico.
Me acerqué a la encíclica “Fratelli tutti”, título que recoge la frecuente alocución de San Francisco de Asís a sus hermanos. Es un extenso y maravilloso texto que fui descubriendo como quien observa un lienzo. Fratelli tutti tiene un objetivo: hacernos partícipes de la necesidad de salvarnos juntos, con los demás. Pero no sólo con los más cercanos, sino con todos los seres humanos, acogiéndolos sin tomar en consideración nada más que el hecho de ser hijos del mismo Dios.
No es un tema nuevo, pensé. Pero la aproximación que emplea el Santo Padre me fue intrigando. Menciona que le inspiró a escribir la encíclica su encuentro con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, en Abu Dabi, donde ambos tuvieron una profunda reflexión en diálogo y con un compromiso conjunto, del cual emanó un documento no exento de controversia en algunas esferas. Así que, decidí adentrarme a su lectura.
En un primer plano de ese lienzo, el Papa Francisco traza unas firmes pinceladas para dibujar algunos elementos que ennegrecen el panorama de un mundo fraterno. Así, nos damos cuenta de que necesitamos día a día conquistar arduamente aspectos como el bien, el amor, la justicia, la solidaridad, pues no se encarnan en nosotros de una vez para siempre. Al mismo tiempo, muestra la tendencia a imponer un modelo cultural único que, si bien pretende la unidad, acaba dividiendo a las personas y a las sociedades. Nos advierte de las nuevas formas de colonización cultural, que llegan a desdibujar el verdadero sentido de la historia y de expresiones tan valiosas como libertad, justicia y muchas otras. La encíclica hace hincapié, por otra parte, en algo que venimos experimentando y se ha evidenciado notablemente por la pandemia que sufrimos: la desconfianza constante, porque la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte. Acto seguido, aborda un tema recurrente en sus enseñanzas: el descarte mundial, ese grupo de la humanidad que se atropella, bien porque “todavía no son útiles” o porque “ya no sirven”. La limitación de derechos humanos para todas las poblaciones; el “avance” o “progreso” sin rumbo fijo común, debido al deterioro de la ética y el debilitamiento de los valores espirituales.
De modo destacado plasma la deshumanización que se vive en muchas fronteras de las naciones, donde no se sabe integrar creativamente al otro fomentado por el miedo que genera el encuentro con ellos. Y señala el enorme peligro de unas comunicaciones sin freno ante la intimidad, donde se puede destrozar la imagen de las personas con una agresividad carente de pudor motivadas en numerosas ocasiones por las personas que piensan del mismo modo. En esto no estamos excluidos los cristianos.
Este tenebroso cuadro se abre a la esperanza precisamente con el testimonio sencillo y resplandeciente del “poverello” de Asís que el Papa nos presenta como guía. ¿Hacia dónde? A esas señales que brotaron en la pandemia, que nos mostraron “cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que … escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida.” Haciéndonos comprender que nadie se salva solo.
Ese tenue resplandor me llevó a la segunda parte del lienzo. Se abría a una gran luz que serena el espíritu: la palabra de Cristo ofreciéndonos la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37). Sí, fue un momento de tranquilidad; pero no duró mucho. A medida que el Papa desentraña ricamente en la encíclica los distintos elementos se fue transformando en un auténtico reclamo a mi conciencia: ¿cómo vivo estos aspectos en mi vida de todos los días? ¿Cómo lo vivo en mi familia, en mi lugar de estudio o de trabajo, con mis amistades, con mis compañeros de trabajo? ¿Cómo lo traduzco en mi vida de equipo, cómo lo materializo en mi sección? ¿Cómo acojo a los demás, les dedico tiempo, esquivo a quienes pueden molestarme, hasta dónde llevo el amor a los demás? Estas y otras cuestiones iban surgiendo en mi interior: no faltaba la luz, pero se abría un amplio espacio hasta la plenitud que Dios espera de cada cristiano y de cada miembro del Regnum Christi. Me pregunto con quién me identifico: con el herido de la parábola, el sacerdote, el levita, el samaritano o acaso el posadero.
Es preciso reavivar nuestras sociedades. Y hacerlo desde el Evangelio, desde el amor. Pero no un amor etéreo, impersonal, sino el que se centra en “el otro considerándolo valioso, digno, grato, bello”. ¿Cuánto vale un ser humano, en cualquier circunstancia? ¿Puede alguna nación negar este valor? El Papa retoma una expresión dura que empleó en Laudatio sì: “ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad…” No se queda en una denuncia aislada, sino que, destacando la dignidad del hombre, invita a vivir la virtud moral de la solidaridad. Primero, en las familias, por ejemplo, con ese gesto de señalarnos las necesidades de otros seres humanos cuando no queríamos aprovechar la comida del plato. Después, en los educadores y formadores de la niñez y de la juventud en la escuela o en los diferentes centros de asociación infantil y juvenil… Pensé en tantas familias que pasan especiales dificultades para afrontar los enormes o pequeños retos de todos los días, en nuestros centros educativos extendidos por tantos lugares del mundo, en NET, en los clubes del ECYD… ¡Cuánto bien se hace! Pero queda mucho por seguir sembrando… Y siguió mencionando el mundo de la cultura y de los medios de comunicación… Todas estas instituciones volcándose en el servicio de múltiples maneras a los más necesitados de la sociedad.
Continúa el Papa desgranando en la encíclica tantos elementos que se presentan como actuares para un cristiano que ha iluminado su vida con la luz del Evangelio para juzgar sobre los acontecimientos que nos rodean. Toda una revisión de vida para un cristiano y para un miembro del Regnum Christi. Menciona la condición social de la propiedad privada, la ética de las relaciones internacionales, los migrantes, la pobreza, la necesidad de la gratuidad en la entrega a los demás… Son numerosos los temas que el Papa Francisco aborda. Un elenco extenso de soluciones, de enfoques novedosos de los problemas desde la óptica de la fraternidad, de la necesidad de salvarnos juntos, de no mirar con desdén a nadie por ninguna condición que presente. Todo un programa, todo un reto, todo un estilo de vida auténtico que propone.
Pero ¿qué pretendo? Lo mejor es contemplar directamente el “cuadro” que el Papa nos propone. Leyendo el texto de la encíclica, entrar en contacto con el corazón del Pastor que nos transmite este mensaje en nombre de Jesucristo para estos especiales y providenciales tiempos que vivimos. Tocarlo con nuestras propias manos para hacer propios los gozos y las esperanzas de los hombres y dar una respuesta como individuos, como familia, como cristiano, como Regnum Christi.
La encíclica «Fratelli tutti» del Papa Francisco se puede leer aquí.