Domingo 14 de agosto de 2022 – «La guerra ha comenzado»
Iván A. Virgen, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Enciéndeme, Señor, con el fuego que has venido a traer. Quiero ser tu misionero y llevar tu mensaje a todas las personas, especialmente a aquellas más alejadas de ti. Que mi único temor sea quedarme indiferente al llamado a seguirte con pasión.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 12, 49-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La guerra ha comenzado. No me refiero precisamente aquella guerra desatada el 24 de febrero del 2022 después de un discurso televisivo que daba luz verde a la invasión rusa de Ucrania. Me refiero a la guerra que es fuente de todas las guerras, entre el bien y el mal. En este singular enfrentamiento nos encontramos en medio, entre los dos fuegos cruzados. Cada día hay batallas, cada hora caen personas en el combate, pero tú, ¿ya tomaste un bando?
Si estás leyendo esta reflexión seguramente has optado servir en el ejército del bien, pero ahora la pregunta sería qué tan dispuesto estás a luchar. El jefe de nuestro batallón no es precisamente pacífico y bonachón, sino que Él mismo admite que ha venido a traer fuego al mundo. El fuego es indispensable para la supervivencia humana, pero un fuego descontrolado es demoledor. En efecto, Jesús quiere traer ese fuego y encender almas pusilánimes, dar sentido y presentar a cada hombre la belleza de la misión a la que ha sido llamado. Por tanto, si has de seguir esta gran batalla desde el lado del Señor, debes entregarte a la lucha como el Maestro se entregó. La manera que Él lo hizo fue radical, pero ciertamente de manera distinta a la que lo haría el ejército contrario. Jesús eligió el camino de la pobreza, de la mansedumbre de la entrega radical y la “violencia” la llevó sobre sus hombros. Él estuvo dispuesto a todo con tal de ganar los corazones de la gente, incluso pelear contra la misma muerte ¿Estás dispuesto a vivir este combate, un combate espiritual?
«Ahora, ante todo esto, ¿hay algo que cada uno de nosotros, como miembros de la santa madre Iglesia, podemos y debemos hacer? Desde luego no debe faltar la oración, en continuidad y en comunión con la de Jesús, la oración por la unidad de los cristianos. Y junto con la oración, el Señor nos pide una apertura renovada: nos pide que no nos cerremos al diálogo y al encuentro, sino que acojamos todo lo que de válido y positivo se nos ofrece también de quien piensa diverso de nosotros o mantiene posturas diferentes. Nos pide que no fijemos la mirada sobre lo que nos divide, sino más bien sobre lo que nos une, buscando conocer mejor y amar a Jesús, y compartir la riqueza de su amor. Y esto implica concretamente la adhesión a la verdad, junto con la capacidad de perdonar, de sentirse parte de la misma familia, de considerarse un don el uno para el otro y hacer juntos muchas cosas buenas, y obras de caridad». (S.S. Francisco, Catequesis del 8 de octubre de 2014).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Como muestra de preparación al combate espiritual voy a dedicar unos minutos a orar con un breve pasaje evangélico de la Pasión de Jesús.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.