lagrimas - Dios no es indiferente

Domingo 2 de abril – Las lágrimas de Jesús.

H. Cristian Gutiérrez, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Creo, Señor, que estás presente aquí conmigo. Gracias por todos los dones y beneficios que me das día a día. Gracias por el don de mi bautismo que me ha permitido ser hijo de Dios. Te pido aumentes mi fe, mi esperanza y mi caridad. Concédeme la gracia de prepararme bien para este Triduo Sacro y poder, así, hacer una experiencia viva de tu amor por mí.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Juan 11, 1-45

En aquel tiempo, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que una vez ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera. El enfermo era su hermano Lázaro. Por eso las dos hermanas le mandaron decir a Jesús: «Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo».
Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Después dijo a sus discípulos: «Vayamos otra vez a Judea». Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, ¿y tú vas a volver allá?». Jesús les contestó: «¿Acaso no tiene doce horas el día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque le falta la luz».
Dijo esto y luego añadió: «Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido; pero yo voy ahora a despertarlo». Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, es que va a sanar». Jesús hablaba de la muerte, pero ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado ahí, para que crean. Ahora, vamos allá». Entonces Tomás, por sobrenombre el Gemelo, dijo a los demás discípulos: «Vayamos también nosotros, para morir con él».
Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania quedaba cerca de Jerusalén, como a unos dos kilómetros y medio, y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas».
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Ya sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?». Ella le contestó: «Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Después de decir estas palabras, fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja: «Ya vino el Maestro y te llama». Al oír esto, María se levantó en el acto y salió hacia donde estaba Jesús, porque él no había llegado aún al pueblo, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa, consolándola, viendo que ella se levantaba y salía de prisa, pensaron que iba al sepulcro para llorar ahí y la siguieron.
Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Jesús, al verla llorar y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: «¿Dónde lo han puesto?». Le contestaron: «Ven, Señor, y lo verás». Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: «De veras ¡cuánto lo amaba!». Algunos decían: ¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?».
Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: «Quiten la losa». Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días». Le dijo Jesús: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la piedra.
Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Luego gritó con voz potente: «¡Lázaro, sal de ahí!». Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo, para que pueda andar».
Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Ahora que ya vas camino a Jerusalén para enfrentarte con la Pasión me dejas una enseñanza que ilumina mi vida. En este pasaje puedo descubrir con facilidad tus dos naturalezas: la humana y la divina. Eres verdadero Dios y verdadero hombre. Esta idea debe acompañarme estos días para poder comprender que todo lo que vas a vivir, lo vivirás a partir de esta realidad de tu persona.
Eres el Dios-hombre que llora por la muerte de un amigo. ¿Por qué lloras, Señor? ¿No sabías ya que Lázaro iba a resucitar? Me enseñas que Tú vives el presente con intensidad. Sabes el dolor tan grande que han padecido Marta y María y no eres indiferente a éste. Te me presentas como el hombre del presente, el que en el aquí y en el ahora me acompaña y comprende.
¡Dios llora! Tú también lloras ante mis dolores, ante la muerte de los que amo, ante las dificultades que enfrento. Tú lloras amargamente porque me amas mucho. Y no sólo lloras por mí. Tú lloras por la guerra, por el hambre, por la desnudez de los hombres, por la avaricia de los poderosos, por la indiferencia de los ricos. Lloras por los niños, por las mujeres y los hombres que sufren los pecados de sus hermanos. Dios llora porque el hombre llora.
Pero eres también el hombre-Dios. Nadie sino sólo Tú ha resucitado un muerto después de cuatro días. Esto es algo que me debe sorprender y jamás acostumbrarme al hecho de que es verdad que resucitas a los muertos. Eres un Dios para el que nada es imposible; eres un Dios fuerte, poderoso, sabio. No eres el Dios opresor, vengativo e iracundo. Eres el Dios que el hombre necesita y del que tiene tanta sed. Eres el Dios de la misericordia.
Permíteme, Jesús, conocerte mejor a través de este pasaje, y ayúdame a sentirme interpelado por tus palabras y tus gestos. En ellos se esconden grandes tesoros para mi vida.

«Jesús también experimentó en su persona el miedo al sufrimiento y a la muerte, la desilusión y el desconsuelo por la traición de Judas y Pedro, el dolor por la muerte de su amigo Lázaro. Jesús “no abandona a los que ama”. Si Dios ha llorado, también yo puedo llorar sabiendo que se me comprende. El llanto de Jesús es el antídoto contra la indiferencia ante el sufrimiento de mis hermanos. Ese llanto enseña a sentir como propio el dolor de los demás, a hacerme partícipe del sufrimiento y las dificultades de las personas que viven en las situaciones más dolorosas. Me provoca para que sienta la tristeza y desesperación de aquellos a los que les han arrebatado incluso el cuerpo de sus seres queridos, y no tienen ya ni siquiera un lugar donde encontrar consuelo. El llanto de Jesús no puede quedar sin respuesta de parte del que cree en él. Como él consuela, también nosotros estamos llamados a consolar.»
(Homilía de S.S. Francisco, 5 de mayo de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy rezaré un padrenuestro y una avemaría por los que padecen la guerra, la violencia o los efectos de los desastres naturales.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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