Domingo 25 de febrero de 2018 – Montañas por conquistar.
H. Jorge Alberto Leaños García, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, quiero apartarme del ruido, de mis actividades, de todo lo que pueda distraerme para entrar a dialogar contigo. Pero hoy, en particular, quiero hablar poco, más bien quiero guardar silencio para que Tú me puedas hablar. Ayúdame a poder escucharte.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 9, 2-10
En aquel tiempo, Jesús se llevó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto, y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados.
Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado; escúchenlo». En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí que querría decir eso de «resucitar de entre los muertos».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Dios pone en nuestra vida montañas por conquistar.
Ahora nos trasladamos al Monte de la Transfiguración donde vemos y contemplamos a un Cristo glorioso. Palpamos con claridad el resplandor de su divinidad. Qué podemos hacer ante tantas maravillas sino contemplar, contemplar y tan solo contemplar la belleza del Señor.
Estamos en presencia de un Dios revestido de una blancura celestial. Ésta es la causa de tanta claridad que nos permite ver lo que los ojos terrenales no logran percibir. Cuántas veces tenemos la gracia de poder ver la intimidad de Dios que se nos revela sin pedir nada a cambio.
Es aquí donde las palabras sobran y la imaginación estorba… es aquí donde el silencio y la paz toman gran importancia; un silencio en donde Dios habla desde nuestro interior; una paz interior que trasciende toda preocupación o dificultad.
Aquél a quien tantas veces habíamos visto con indiferencia, con rutina o con cansancio, se nos presenta hoy con majestuosidad. ¿Para qué?… La respuesta Dios la responde de forma personal.
La vida sigue y nos damos cuenta que aún tenemos tantos montes que conquistar. A lo lejos vislumbramos el monte Calvario donde presenciaremos a un hombre vestido al rojo vivo. Ponemos nuestros recuerdos en el pasado y llegamos al monte en donde Cristo nos enseñó las leyes del amor. Tantos montes sobre los cuales hemos caminado y otros tantos que Dios nos invita a conquistar. Pero ahora sólo debemos contemplar…
«La ascensión de los discípulos al monte Tabor nos induce a reflexionar sobre la importancia de separarse de las cosas mundanas, para cumplir un camino hacia lo alto y contemplar a Jesús. Se trata de ponernos a la escucha atenta y orante del Cristo, el Hijo amado del Padre, buscando momentos de oración que permiten la acogida dócil y alegre de la Palabra de Dios. En esta ascensión espiritual, en esta separación de las cosas mundanas, estamos llamados a redescubrir el silencio pacificador y regenerador de la meditación del Evangelio, de la lectura de la Biblia, que conduce hacia una meta rica de belleza, de esplendor y de alegría.»
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de agosto de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Contemplar a Jesús en la Eucaristía y compartir las luces que he recibido con alguien a quien le pueden ayudar.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.