Domingo 27 de marzo de 2022 – «¿Cómo está mi relación contigo hoy Señor?»
Pablo Vidal, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Padre, dame la gracia de ponerme en tu presencia para esuchar tu voz, para experimentar tu amor y tu perdón, para sentir tu abrazo. Manda tu Espíritu Santo y abre mi corazón para poderlo acoger con más fe, esperanza y amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-3.11-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la fortuna’. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: ‘Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros’. Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus criados: ‘Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado’. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contesto: ‘Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud’. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: ‘Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado’. El padre le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado'».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Nos estamos acercando al final de la Cuaresma y en el Evangelio de hoy Jesús nos presenta la parábola del hijo pródigo. Seguramente ya la conocemos muy bien, y probablemente nos nacerá preguntarnos qué nos quiere decir hoy el Señor con ella, en este tiempo litúrgico que está por terminar.
Tal vez hoy la clave para leer esta parábola no es preguntarte qué te quiere decir Jesús, sino experimentar el amor del Padre del que trata el pasaje del Evangelio. Quiero imaginarme dentro de la parábola. Si yo fuera uno de los hijos, ¿cuál sería? A lo mejor soy como el hijo menor que se aleja del amor de su familia, que se aleja de quien más lo quiere y además lo hace por las razones equivocadas. O puedo ser como el hijo mayor, ese que estando tan cerca de los suyos vive con su corazón alejado de ellos. ¿Cómo está mi relación contigo hoy, Señor? Te pido luz para que me ayudes a ver mi corazón. ¿Estoy lejos de ti como el hijo menor? ¿Estoy lejos del amor del Padre? ¿O estoy externamente cerca, pero con mi corazón completamente alejado de ti?
Si vuelvo a leer la parábola, puedo darme cuenta de lo maravilloso que es tu amor, Señor. No importa dónde esté, no importa cómo esté mi corazón hoy. No importa si externamente soy perfecto, ni tampoco si estoy en pecado; Tú me amas igual y me esperas en el sacramento de la Reconciliación. Déjame experimentarte corriendo hacia mí con los brazos abiertos. Déjame experimentar tu amor tierno. Déjame sentir en mi corazón que, sin importar dónde ni cómo esté hoy, Tú me amas. Déjame tener la certeza, aunque sea por un instante, de que nada de lo que yo haya hecho, haga o pueda hacer, provocará que Tú me ames menos. Yo también soy tu hijo amado.
«El relato nos hace ver algunas características de este padre: es un hombre siempre preparado para perdonar y que espera contra toda esperanza. Sorprende sobre todo su tolerancia ante la decisión del hijo más joven de irse de casa: podría haberse opuesto, sabiendo que todavía es inmaduro, un muchacho joven, o buscar algún abogado para no darle la herencia ya que todavía estaba vivo. Sin embargo, le permite marchar, aún previendo los posibles riesgos. Así actúa Dios con nosotros: nos deja libres, también para equivocarnos, porque al crearnos nos ha hecho el gran regalo de la libertad. Nos toca a nosotros hacer un buen uso. ¡Este regalo de la libertad que nos da Dios, me sorprende siempre!». (S.S. Francisco, Ángelus del 6 de marzo de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a mostrar mi cariño a mi familia y a decirles que les quiero, para transmitirle el amor que Dios Padre nos tiene.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.