El Buen Samaritano, síntesis de la misericordia del Padre
Ofrecemos a continuación la carta que el P. Eduardo Robles-Gil, LC envía a los miembros del Movimiento con motivo del Adviento y el inicio del Año de la Misericordia.
¡Venga tu Reino!
3 de diciembre de 2015
A los miembros y amigos del Regnum Christi
Muy estimados en Jesucristo:
Estamos comenzando el Adviento, tiempo que nos prepara para celebrar el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. En este año, además, celebramos con alegría la apertura de la Puerta Santa el día de la Inmaculada Concepción y la ordenación sacerdotal de 44 legionarios de Cristo el 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe. Les escribo para saludarlos, felicitarlos por estos eventos y compartirles dos reflexiones para vivir con mayor intensidad este período.
La imagen elegida para el año jubilar es la del Buen Samaritano, que es de algún modo una síntesis de la misericordia del Padre manifestada en Jesucristo. Todos conocemos bien la parábola de Lc 10, 25-37 y la hemos meditado muchas veces. Les invito a meditarla de nuevo con calma para ver qué es lo que el Espíritu Santo quiere decirnos a través de su Palabra en este Año jubilar.
1. Deseo de la Misericordia de Dios
El Adviento es tiempo de espera paciente y perseverante. La liturgia nos lleva a la esperanza, nos lleva a alimentar el deseo de la venida de nuestro Salvador. Si entramos dentro de nosotros mismos, nos damos cuenta de nuestra pobreza y de nuestro pecado, de nuestra pequeñez e incapacidad para hacer el bien (cf. Rm 7, 15-19). Pero no podemos quedarnos postrados. La antífona de Adviento nos anima: «Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra salvación» (Lc 21,28).
El Señor mismo suscita en nuestro corazón el deseo de Dios. Toma la iniciativa para invitarnos a que hagamos una alianza con Él. Actúa inesperadamente, como cuando envió el ángel Gabriel a llevar el anuncio a María. En retrospectiva descubrimos que ha suscitado en nosotros una profunda sed que sólo Él puede saciar. Así nos dispone para que acojamos su misericordia, que siempre nos sorprende.
Durante este Adviento, Jesucristo nos invita a que nos dejemos encontrar por Él, como la oveja perdida. Como Pedro, que se hunde cuando camina sobre las aguas, podemos clamar seguros de que Él siempre nos escucha (cf. Sal 18, 6). Este dejarnos encontrar por su misericordia puede tomar muchas formas. La vida cristiana nos ofrece diversos lugares especiales para disponernos a acoger la acción de Dios en nuestras vidas, como la oración, la Eucaristía, la experiencia de la cruz, la entrega a los demás y sin duda tiene un papel destacado el sacramento de la reconciliación.
Cuando reconocemos que estamos necesitados de misericordia y nos dejamos curar por el Buen Samaritano, entonces se dirige de manera especial a nosotros el mensaje navideño de los ángeles: «Les anuncio una gran alegría, hoy nos ha nacido un Salvador» (cf. Lc 2, 11).
2. Corazón compasivo y misericordioso
Siempre me han impresionado los gestos del Buen Samaritano, especialmente lo que acuerda con el posadero a quien confía el cuidado del hombre herido por los salteadores. Se trata de un verdadero derroche de parte de este hombre para curar a un desconocido, y está dispuesto incluso a pagar más si fuera necesario. Así es el Corazón de Cristo: es sobreabundante en sus dones porque es misericordioso con cada uno de sus hijos.
La sobreabundancia de la misericordia es una constante en la Historia de la Salvación. Basta pensar en el misterio de la encarnación y nacimiento de Jesús que celebraremos próximamente. Pero también en la Inmaculada Concepción. Y en nuestra propia vida: la ordenación de 44 nuevos sacerdotes; la belleza de las almas consagradas en el Movimiento y en toda la Iglesia; la generosidad de tantos matrimonios que irradian su fe, a veces en situaciones no fáciles; el celo apostólico y la generosidad de tantos jóvenes que dan un sentido trascendente a sus vidas, que salen al encuentro de los más necesitados, que dan años como colaboradores… ¡Ha sido y es tan abundante la gracia de Dios en estos 75 años que sólo cabe agradecer!
Los dones del Señor son para el servicio de la comunidad. El Buen Samaritano quiere acercarse hoy a curar las heridas del hombre que sufre, quiere anunciar a todos la buena noticia de su Misericordia. Y para hacerlo, ha querido valerse de nuestra colaboración. Por ello me parece que Jesucristo nos invita a estar especialmente atentos a las necesidades de los demás, a prestarles un servicio desinteresado y, sobre todo, a llevar el bálsamo de la misericordia a todas las personas con quienes nos encontramos. El Papa Francisco sueña con una Iglesia que sea una «casa de todos, no una capillita en la que cabe sólo un grupito de personas selectas». Y ve con claridad que «lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas».
Pido a Dios para que este Adviento nos convirtamos en buenos samaritanos en nuestras familias, en el trabajo o con los amigos; que sepamos sobrellevarnos unos a otros con cariño y paciencia; que aprendamos a alegrarnos con los demás y a ser fuente de alegría para los demás; que nos estimulemos unos a otros en curar las heridas del corazón, en abrir puertas, liberar de ataduras y recordar a todos que Dios es bueno y que siempre nos espera.
Queridos amigos y miembros del Regnum Christi, les deseo a todos un período de adviento muy fecundo y una Navidad muy feliz. Que el Niño Jesús, que viene como el Buen Samaritano a revelarnos la misericordia del Padre, nos conceda a todos ser instrumentos dóciles de su misericordia y de su Reino. Ya desde ahora deseo a todos y cada uno, una muy feliz Navidad.
Por favor, no dejen de encomendar en este período a los diáconos que serán ordenados sacerdotes y también a los miembros de nuestra familia carismática que están pasando por especiales pruebas o sufren por alguna enfermedad.
Con un recuerdo especial en mis oraciones,
Eduardo Robles-Gil, LC