El gran regalo de Jesús (Jn 6,51-58)

Evangelio: Jn 6,51-58
«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo». Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre».

Fruto: Valorar el don de la Eucaristía, el gran regalo de Jesús mismo, misterio por el que Cristo nos acompaña intima y cercanamente.

Pautas para la reflexión:
El Evangelio de hoy recoge una enseñanza difícil de entender para todo hombre o mujer de cualquier tiempo: Jesús anuncia que se nos da como comida, aludiendo claramente al misterio de la Eucaristía, el gran regalo de Dios

1. El pan de vida
En la Sagrada Escritura, y en toda la tradición cultural, la simbología del pan es muy clara: representa el alimento básico que necesita todo hombre para vivir. Es un modo más concreto de decir alimento, tomando la imagen más frecuente en todas las culturas. Cristo usa esta imagen aplicándola a la vida humana, más allá del mero subsistir biológico. Igual que todo hombre necesita comer, alimentarse, para que su cuerpo se desarrolle con normalidad, de igual modo todo hombre necesita a Cristo para crecer y vivir como cristiano, que ama y es amado, que conoce y es conocido, que se interrelaciona con todo lo que le rodea. Jesucristo, como recuerdó San Juan Pablo II, es el Hombre perfecto, aquel que revela plenamente el hombre al propio hombre, llevándole a su plenitud (Gaudium et spes 22).

2. La mejor compañía
Jesús no es sólo alimento; es también nuestra mejor compañía. Una alegría compartida es mayor alegría, y una pena compartida es más llevadera. Por eso el Señor nos dejó un modo de acompañarnos más íntimo que su presencia como Creador del mundo. El Catecismo nos recuerda que Dios está en todas partes; pero su amor delicado lo llevó a quedarse cerca de nosotros de un modo especial: en la Eucaristía. Esta presencia, esta compañía, es tan íntima que nos permite tenerle dentro de nuestro corazón. Ya no es sólo un Dios cuidador que está cerca de su creatura; ni siquiera un buen amigo que está a nuestro lado. Es alguien que entra en nuestra alma, que nos acompaña desde lo más íntimo de nuestro corazón, desde el fondo de nuestra alma.

3. Si no coméis mi carne…
Sabemos que necesitamos comer para vivir, que no podemos aguantar ni un solo día sin beber; conocemos nuestras limitaciones y debilidades, Pero en el campo del espíritu, en nuestra relación con Dios, somos demasiado olvidadizos. Se nos olvida que sin el alimento de los sacramentos, sin nutrirnos de la Sagrada Escritura, el alma se debilita, pierde fuerza, y va siendo invadida por la anemia espiritual. Jesús, conociendo nuestra debilidad, nos recuerda expresamente: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros. Si descuidamos los sacramentos, si nos creemos tan fuertes que pretendemos ser santos con nuestras solas fuerzas, vamos a fracasar. Seamos humildes, sencillos, y acerquémonos a recibir el alimento de la Eucaristía, este maravilloso regalo que Dios nos ha dado para acompañarnos en nuestro peregrinar por esta vida, en camino hacia el cielo.

Propósito: Participaré con atención en la Eucaristía, viviendo con especial atención el momento de la consagración. Recordemos que la Eucaristía en el gran regalo de Dios.

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