Experimentar el deseo de Dios
Por Andrés Felipe García, LC
La pregunta que pasa por nuestro corazón es: ¿cómo encontrarnos con Dios en esta semana santa, semana de amor, semana de dolor, semana de angustia, semana de esperanza?
Los católicos que creemos en la presencia real de Cristo en la Eucaristía podemos sentirnos en estos momentos turbados, tristes al saber que no podremos estar físicamente presentes en adoración en estos días y no podremos recibir al Pan de la Vida. No podremos acompañar mediante la adoración a quien sufre por amor a nosotros, a quien ha cargado sobre sí el mal, el dolor y las angustias del mundo. Y sentimos una gran añoranza de todos los elementos externos que embellecen estos misterios: las procesiones, los monumentos, el fervor de los otros que nos motiva.
Pero entonces, ¿qué podemos hacer?
Podemos ejercitar nuestra fe. Nosotros creemos en el Dios real, en el Dios cercano que hace todas las cosas nuevas. Creemos en el Dios creativo, que tiene sed y quiere realmente encontrarse con nosotros, en el Dios que permite el mal –no lo quiere, pero lo permite– y sabe sacar cosas buenas del mal mismo. Ese Dios quiere hacerse presente de un modo muy especial en esta semana santa.
Pero ¿qué bien puede sacar Dios de esta situación y cómo encontrarnos con Él?
Podemos estar seguros de que este momento es un momento de purificación en el amor, de descubrimiento de lo que realmente importa, de desear lo verdadero, lo bueno y lo bello.
Dios está aprovechando este momento para aumentar nuestro deseo de Él, para que después de que este periodo termine, salgamos más centrados en lo esencial de nuestra vida: un profundo deseo de amar a Dios y a nuestro prójimo, un deseo de cambiar el mundo con la fuerza del amor.
Podríamos definir este tiempo como el tiempo del deseo. El deseo es una reacción ante el bien querido, pero que en ese momento no se posee, que está ausente y por ello se siente añoranza. ¡Y aunque Dios es un Dios presente siempre tendremos sed y añoranza de Él, pues la infinitud de su amor nunca se acaba!
Este deseo puede ser llenado muy profundamente en estos días santos. Dios se hará presente, Dios tocará nuestros corazones en estos días. Es hermoso sentir el deseo de Dios, el deseo de encontrarnos con Él, de recibir de Él la respuesta a los interrogantes más profundos de nuestro corazón: Señor, ¿realmente te interesas por nosotros?, ¿en realidad puedes sanarme?, ¿me amas, me acompañas?, ¿por qué tanto mal?
Por eso es momento de orar, de hablar con Dios de corazón a corazón, de hablar con el señor de una manera renovada. Benedicto XVI definía la oración como «el encuentro entre la sed de Dios y la sed del hombre». el hombre tiene sed de Dios y Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él.
Misteriosamente no solo nosotros estamos sedientos, sino que Dios también está sediento de nosotros. Y Él, que es todopoderoso y que ve en lo secreto, nos llenará con su amor. Él encontrará la forma de que experimentemos su amor. Con la oración estamos colmando esta sed de Dios, pues nuestra sed de Él está creciendo. Estos días santos nos muestran las consecuencias de la sed que Dios tiene de nosotros.
En resumen, ¿qué nos quiere decir Dios en esta semana santa?
Nos quiere decir que nos ama, que somos importantes para Él, tan importantes que ha cargado sobre sí todo el peso del pecado del mundo, todo el mal.
Quiere mostrarnos sus heridas y demostrarnos que Él con las suyas puede sanar las nuestras.
Quiere que sepamos que Él nos comprende, que se hizo hombre y que experimentó lo que nosotros experimentamos: el miedo, el abandono, la traición, el rechazo, la humillación, la inseguridad.
Quiere enseñarnos que no se vence el mal con el odio, con la guerra, con el rechazo; sino con la entrega, con el amor que hace nuevas todas las cosas.
Quiere que sepamos que Él nos pide una verdadera conversión, pero no con castigos sino con su amor que recibe voluntariamente los golpes que nosotros mereceríamos.
Quiere que experimentemos otros modos de su presencia, además de la participación de las celebraciones digitales: en la belleza de la creación, en el prójimo (en la sonrisa de un niño, en la acaricia de la persona amada), pero también en el que sufre; ya que como los tratamos a ellos así lo tratamos a Él.
Quiere enseñarnos que es imposible sacarlo de este mundo porque Él realmente ama a este mundo más que nosotros mismos. Los hombres podrán cerrar las iglesias, podrán quitar los crucifijos de los lugares públicos, podrán eliminar todos los objetos religiosos, pero no a Dios. Para eliminar a Dios de la vida de los hombres tendríamos que eliminar al hombre mismo, que incluso sin quererlo lleva en sí la imagen de Dios y un corazón sediento hasta que no descanse en él (cf. san Agustín).
Por eso en estos días el corazón será el sagrario al que Dios quiere bajar. Y quiere bajar para quedarse. Y una vez que podamos volver a verlo físicamente en la Eucaristía reconoceremos que era Él quien caminó de una manera especial con nosotros esta semana. Y así aprovecharemos para decirle: Señor quédate siempre nosotros. Y nos daremos cuenta de que depende más de nosotros que el Señor se quede, ya que Él está continuamente tocando a las puertas de nuestro corazón.
Estoy seguro de que el mundo necesita de Dios, necesita al Dios de la esperanza, el Dios que vence el mal. El Dios vivo y real que es el único que puede llenar los deseos más profundos del corazón humano. El Dios que vence la muerte y que da una esperanza no solo para esta vida, sino también para la que nos espera.
Quizás esta ocasión es un momento especial para encontrarnos con ese Dios especial, quizás ya podemos estar experimentando de una manera nueva su presencia. Quizás este año nos dejemos conquistar completamente de su amor, ¡un amor más fuerte que la muerte!
Que Dios nos dé la gracia de acerquemos a este triduo sacro con el corazón abierto, con reverencia, con amor, como quien sabe que el Señor nos puede sorprender. Quitémonos las sandalias como lo hizo Moisés al ver esa zarza ardiente del amor de Dios que no se consumía. Amor que no se apaga tampoco hoy. Amor que siempre está ahí para que nosotros lo acojamos y podamos experimentar cuán importante somos para Él.
Andrés Felipe García, LC es un religioso de los Legionarios de Cristo actualmente estudiando en Roma.
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