nueva alianza

Jueves 13 de junio de 2019 – La presencia eucarística de Cristo.

Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote

P. José Alberto Rincón Cárdenas, L.C.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, Tú eres sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 22, 14-20
En aquel tiempo, llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: “Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios”. Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: “Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios”.
Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se los dio diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes”.
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¡Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes! ¡Qué importante es que nos detengamos un momento a meditar estas palabras! Un error que cometemos, más seguido de lo que nos gustaría, es pensar que Cristo padeció y resucitó así sin más, como si de un mero trámite se tratase. Y no. Él realmente quiso asumir sobre sus hombros el peso de los pecados del mundo. Él verdaderamente anheló estar reunido con sus discípulos antes de avanzar sereno hacia el Calvario.

Hoy, Cristo quiere también partir el pan y repartirlo a nosotros, convidarnos del cáliz, vivir en nosotros sus misterios. También hoy Cristo quiere que le dejemos transformarnos en hijos de Dios. Normalmente, cuando una persona quiere obtener algo, ofrece otra cosa a cambio. Desde que somos niños hasta que envejecemos seguimos haciendo esto. Cristo, como siempre, lleva lo que es tan propio del hombre a un nuevo nivel. Él no ofrece una cosa como trueque por nuestra salvación; se ofrece a sí mismo al Padre, con los brazos abiertos eternamente en la cruz.

Es el Cuerpo y la Sangre del Señor los que han sellado la Nueva Alianza. No debemos ya buscar otro intercesor, no tenemos que clamar más por un salvador pues, ciertamente, Dios ha escuchado las oraciones de su pueblo y las ha respondido en la persona de su Hijo. Bien nos hará dirigir ahora nuestra atención a los sacerdotes que, conservando su debilidad humana, se arrojan generosamente a la aventura de ser transparencia de Cristo en medio de nosotros, para que así, ese Cuerpo y esa Sangre sigan purificando al mundo.

«Precisamente en la fuerza de ese testamento de amor, la comunidad cristiana se reúne cada domingo y cada día, en torno a la eucaristía, sacramento del sacrificio redentor de Cristo. Y atraídos por su presencia real, los cristianos lo adoran y lo contemplan a través del humilde signo del pan convertido en su Cuerpo. Cada vez que celebramos la eucaristía, a través de este Sacramento sobrio y al mismo tiempo solemne, experimentamos la Nueva Alianza, que realiza en plenitud la comunión entre Dios y nosotros. Y como participantes de esta Alianza, nosotros, aunque pequeños y pobres, colaboramos en la edificación de la historia, como quiere Dios. Por eso, toda celebración eucarística a la vez que constituye un acto de culto público a Dios, recuerda la vida y hechos concretos de nuestra existencia. Mientras nos nutrimos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos asimilamos a Él, recibimos en nosotros su amor, no para retenerlo celosamente, sino para compartirlo con los demás. Esta lógica está inscrita en la eucaristía, recibimos su amor en nosotros y lo compartimos con los demás. Esta es la lógica eucarística.»
(Ángelus de S.S. Francisco, 3 de junio de 2018).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Participaré fervorosamente en la Eucaristía o en una Hora Santa, encomendando a la materna intercesión de la Virgen a todos los sacerdotes de su Hijo, dispersos por el mundo y entregados a la misión de extender su Reino.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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