Jueves 16 de junio de 2022 – «Un Amigo que me enseña a orar»
Erick Flores, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, me pongo en tu presencia para que podamos platicar un momento. Deseo encontrar una luz, una idea y consuelo para afrontar los retos que se me presentan a lo largo del día. ¡Ven Espíritu Santo!
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 6, 7-15
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis no uséis muchas palabras, como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis. Vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy el pan nuestro; perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido; no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno. Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
“No seáis como ellos”. Siempre estamos en relación con los demás: padres de familia, amigos, profesores, conocidos, etc… y hay momentos en que sentimos el impulso de imitar lo que hace el otro. Eso es lo que ve Cristo en los hombres que oran. ¿Qué es lo que Cristo ve en mí cuando rezo? ¿Cómo rezo?
Cristo espera una cosa en el momento de oración. Cristo nos muestra el amor del Padre. Luego, es Cristo quien nos llama hermanos, pues nos invita a rezar, diciéndole a Dios, Padre nuestro. Entonces, Cristo espera que vivamos una relación con Dios como hijos que somos y muy amados. Así como todo padre amoroso, el Padre nos conoce e identifica lo que llevamos en nuestro interior. Dios Padre identifica nuestros miedos, tristezas, enfados, alegría y felicidad.
Cristo como hermano mayor es nuestro modelo. Cristo nos motiva a seguir nuestro camino como cristianos, como hijos amados. También, hijos que somos perdonados por nuestros errores y que sabemos perdonar.
Recordemos que en el momento del rito de la comunión rezamos juntos el Padrenuestro. Por eso, se puede decir que en la oración nunca estamos solos. Cristo, los santos y la comunidad creyente están con nosotros cuando estamos orando. Quien tiene deseo de ser escuchado, quien necesita de la compañía, quien quiera estar en convivencia y relación con otros encuentra en la oración el medio más eficaz para encontrarse con el Amigo. Cristo es el Amigo que nos conoce ¿Hasta qué punto quiero vivir unido a Él? ¿Siento que está creciendo nuestra amistad? ¿Me pide algo más? ¿Le respondo? Él quiere tu mayor bien. Quiere la mejor versión de ti, quiere que seas santo.
«¡Aunque recemos quizás desde hace muchos años, siempre debemos aprender! La oración del hombre, este anhelo que nace de forma tan natural de su alma, es quizás uno de los misterios más densos del universo. Y ni siquiera sabemos si las oraciones que dirigimos a Dios sean en realidad aquellas que Él quiere escuchar. La Biblia también nos da testimonio de oraciones inoportunas, que al final son rechazadas por Dios: basta con recordar la parábola del fariseo y el publicano. Solo este último, el publicano, regresa a casa del templo justificado, porque el fariseo era orgulloso y le gustaba que la gente le viera rezar y fingía rezar: su corazón estaba helado». (S.S. Francisco, Catequesis del 5 de diciembre de 2018)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Rezar un misterio del rosario, pidiendo por la conversión propia y de quienes se han alejado de Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.