Jueves 17 de enero de 2019 – El médico por excelencia es Jesús.
San Antonio, abad
H. Edison Valencia, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, concédeme la gracia para que pueda tener el día de hoy una fe humilde, para que pueda siempre acercarme a Ti, con la esperanza de encontrar siempre una solución a mis problemas, porque sé que me amas.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 1, 40-45
En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.
Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Todos, alguna vez en la vida, hemos pasado o pasaremos por malestares que nos agobian, pero encontramos una solución al problema cuando acudimos con la persona ideal que pueda solucionarlo. El Evangelio de hoy nos presenta un leproso que se acerca a Jesús, «suplicándole de rodillas» que le sane de su lepra. Él sabe perfectamente que está con quien sí lo puede sanar, va directactamente con la persona que puede sacar la raíz de su enfermedad de una vez para siempre. Y nosotros cuando nos sentimos enfermos espiritualmente, ¿a quién acudimos?, ¿a quién vamos para que nos quita las lepras de nuestra vida? La lepra de la envidia, la lepra de la pereza, de la avaricia, la lepra de la lujuria, la lepra de un cristiano no coherente con su vida. Cada uno de nosotros podemos darle en este momento nombre a la «lepra»que tenemos.
La receta médica que Cristo nos da es muy sencilla, son dos cosas que debemos pedir:
- La fe: para ser conscientes que lo que pediremos Él nos lo concederá, pero sólo si nosotros creemos de corazón que será así, como el leproso que sabía que el Señor podía hacerlo, de ahí que le dice: «Si quieres puede curarme». Y recordemos que Jesús siempre quiere.
- Humildad para romper cualquier barrera que nos impida acercarnos a Jesús, como el leproso, quien, a pesar de su lepra, rompió la barrera de su enfermedad (en aquel tiempo era impensable que un leproso se te acercara) y se acercó. Nuestro Señor siempre estará allí, disponible, para decirte: «Quiero, queda limpio».
«No se entiende la obra de Cristo, no se entiende a Cristo mismo si no se entra en su corazón lleno de compasión y de misericordia. Es esta la que lo empuja a extender la mano hacia aquel hombre enfermo de lepra, a tocarlo y a decirle: “Quiero; queda limpio”. El hecho más impactante es que Jesús toca al leproso, porque aquello estaba totalmente prohibido por la ley mosaica. Tocar a un leproso significaba contagiarse también dentro, en el espíritu, y, por lo tanto, quedar impuro. Pero en este caso, la influencia no va del leproso a Jesús para transmitir el contagio, sino de Jesús al leproso para darle la purificación. En esta curación nosotros admiramos, más allá de la compasión, la misericordia, también la audacia de Jesús, que no se preocupa ni del contagio ni de las prescripciones, sino que se conmueve solo por la voluntad de liberar a aquel hombre de la maldición que lo oprime.»
(Homilía de S.S. Francisco, 11 de febrero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dar gracias a Dios nuestro Señor por las lepras que ha sanado en mi vida.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.