Jueves 19 de septiembre de 2019 – Quien amó más.
San José María de Yermo y Parres, presbítero
H. Alexis Montiel, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, renuévame con tus gracias y dame tu bendición.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 7, 36-50
En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús, fue a la casa del fariseo, y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas le bañaba los pies, los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.
Viendo esto el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar: «Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando: sabría que es una pecadora».
Entonces Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». El fariseo contestó: «Dímelo, maestro». Él le dijo: «Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?». Simón le respondió: «Supongo que aquel a quien le perdonó más».
Entonces Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama». Luego le dijo a la mujer: «Tus pecados te han quedado perdonados».
Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismos: «¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?». Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado; vete en paz».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Existen las más contrastantes de las historias entre los santos, tenemos una Teresita del Niño Jesús que, en su dulzura, es capaz de decir que Dios le ha perdonado y rescatado de los pecados más inimaginables, por el amor que le tiene, pero la carmelita no conoció el pecado grave. Por otro lado, tenemos historias de grandes conversiones, como la de Charles de Foucauld, que vivió una vida inmersa en el pecado, pero tras muchos sucesos se hizo monje del desierto y siguió de manera radical el Evangelio.
Ambos santos nos dan una idea de lo que es seguir el Evangelio hasta las últimas de sus implicaciones. Dicho Evangelio no es limitado a un tipo de gente o a un tipo de personas, es mucho más de lo que logramos percibir con nuestra lectura; los santos nos dan prueba de ello y no pensemos que es algo ajeno a nosotros, pues podemos ser tan pecadores como san Charles de Foucauld o tan inocentes como santa Teresita del Niño Jesús, pero este Evangelio no se limita a unos cuantos, sino que es una llamada para todos.
Es difícil, nadie afirma lo contrario, pero lo que movió a ambos santos a vivir hasta el extremo del Evangelio fue vivir el amor hasta el extremo, como la mujer pecadora de la parábola de hoy.
«¡Qué difícil es dejarse amar verdaderamente! Siempre nos gustaría que algo de nosotros no esté obligado a la gratitud, cuando en realidad estamos en deuda por todo, porque Dios es el primero y nos salva completamente, con amor. Pidamos ahora al Señor la gracia de conocer la grandeza de su amor, que borra todos nuestros pecados.
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy iré a una Iglesia, buscaré lo que más me cuesta vivir del Evangelio y pediré la gracia a Dios para poder hacerlo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.