Jueves 29 de septiembre de 2022 – Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael – «Un momento en el que todo cambia»

Javier Castellanos, LC

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Vengo a buscarte, Señor, en esta oración. Enséñame a verte con los ojos de la fe, y concédeme escuchar tu voz que me llama a seguirte en este día. Aumenta mi esperanza y haz crecer mi amor hacia ti y hacia el prójimo. Que tu Reino crezca cada día más en mi corazón, para que mi vida sea una ofrenda agradable a Dios Padre. Amén.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 1, 47-51

En aquel tiempo, cuando Jesús vio que Natanael se acercaba, dijo: “Este es un verdadero israelita en el que no hay doblez”. Natanael le preguntó: “¿De dónde me conoces?” Jesús le respondió: “Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera”. Respondió Natanael: “Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel”. Jesús le contestó: “Tú crees, porque te he dicho que te vi debajo de la higuera. Mayores cosas has de ver”. Después añadió: “Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Qué estaba haciendo Natanael debajo de la higuera? ¿Por qué una frase tan sencilla le hace creer en Cristo?

Hay lugares que dejan una marca especial en la memoria y en el corazón de cada persona. Y casi siempre son sitios tan ordinarios como una higuera: la banca de un parque, el patio de una escuela, una calle específica, el comedor de casa… Cada uno tiene un punto clave, en el que vivió una experiencia particular, algún momento muy feliz o triste de la vida. Seguramente algo así vivió Natanael debajo del árbol. Algo que sólo él y Dios sabían. Ahí había estado Jesús, ahí le vio.

Nosotros podemos volver con la memoria a nuestra propia «higuera», y escuchar a Cristo que nos dice «ahí estaba yo», «ahí te vi». El día más feliz de nuestra vida, uno de esos que no se pueden describir con palabras; o bien, aquella noche de sufrimiento, de ésas que son tan difíciles de entender. ¡Ahí estaba Cristo! Cuando nos damos cuenta de esta presencia, este momento se transforma y lo cambia todo. Se produce el encuentro con una Persona, con un Dios hecho hombre que nos ama y nos conoce…

«La historia de nuestra amistad con Dios está siempre ligada a lugares particulares que toman un intenso sentido personal; todos recordamos lugares concretos, y volver a esos recuerdos nos hace mucho bien. Cualquiera que haya crecido en las montañas, o que solía sentarse junto a una fuente para beber, o quien jugaba afuera en la plaza del vecindario; volver a estos lugares es una oportunidad para recuperar algo de nosotros mismos» (Papa Francisco, Laudato Si’, n. 84).

En este rato de oración Cristo nos llama a tener este encuentro. Pidámosle con todo el corazón: «Señor, ayúdame a descubrirte en esta situación, en este lugar que sólo Tú conoces. Haz que te encuentre, presente en mi vida, y que brote de este encuentro la fe en ti».

«Natanael acude a ver a quién dicen que es el mesías, con un poco de escepticismo. A él Jesús le dice: “Te he visto bajo el árbol de higos”. Por lo tanto, siempre Dios ama primero. […] Este año de la misericordia, también es un poco esto: que nosotros sepamos que el Señor nos está esperando, a cada uno de nosotros. Y nos espera para abrazarnos, nada más, para decir: “Hijo, hija, te amo. He dejado que crucificaran a mi Hijo por ti; este es el precio de mi amor, este es el regalo de amor”».
(Homilía de S.S. Francisco, 8 de enero de 2016, en Santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Dedicaré un rato de oración esta noche, antes de acostarme, para agradecerle a Cristo su presencia en cada momento del día.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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