Jueves 8 de abril de 2021 – El Cristo glorioso de la cruz.
H. Enmanuel Velázquez, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Padre, ayúdame a descubrir el gran don que me haces con la presencia de tu Hijo en mi vida. Te pido que aumentes mi fe en tu Eucaristía para que pueda conocerte mejor y que te ame cada vez más.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 24, 35-48
Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: «No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo». Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: «¿Tienen aquí algo de comer?». Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.
Después les dijo: «Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos».
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: «Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús sale al encuentro de los discípulos cuando menos se lo esperaban. Aún más inesperado era el estado como se les apareció, un hombre llagado, con las huellas de su martirio. No se puede separar la cruz de Jesús. Después de su resurrección les sigue recordando a los apóstoles el significado de la cruz y el sufrimiento. Uno de los mayores problemas de la fe es la pregunta sobre el mal en el mundo, especialmente cuando acaece a los inocentes. Una respuesta que emana del hecho de ser cristiano es la del testigo de toda la pasión del Señor, la cruz. Ella pudo percibir todo lo qué le pasaba a Jesús, cuánto sufrió, vio a su madre y sintió cómo se le rompía el corazón al ver a su hijo morir lentamente, pero en todo esto notaba algo especial en Jesús. Él sabía cómo vivir su vida y muerte con amor; cargó todos nuestros pecados aquel que era todo lo contrario al pecado y lo hizo por amor. La respuesta del dolor inocente es el Hijo que muere en la cruz. Claramente esta no es la única respuesta al problema del mal, pero es una muy potente.
Un signo de la resurrección de Jesús es el poder que les otorga a sus sacerdotes de permanecer en el mundo a través de la Eucaristía. Ellos mismos lo comentan con los discípulos de Emaús, quienes reconocieron quién era su «huésped», dicen: «lo reconocimos al partir el pan». El mismo Jesús come un pedazo de pescado para mostrarles el poder del alimento que da vida. En la Eucaristía nos encontramos con Jesús que nos comparte su pan para que nosotros también lo compartamos con los demás.
«Digámoslo confiados y sin miedo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. No le tengamos miedo a los escenarios complejos que habitamos porque allí, en medio nuestro, está el Señor; Dios siempre ha hecho el milagro de engendrar buenos frutos. La alegría cristiana nace precisamente de esta certeza. En medio de las contradicciones y de lo incomprensible que a diario debemos enfrentar, inundados y hasta aturdidos de tantas palabras y conexiones, se esconde esa voz del Resucitado que nos dice: “¡La paz esté con ustedes!”».
(Homilía de S.S. Francisco, 30 de mayo de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Rezaré una comunión espiritual: «Creo, Señor mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón.»
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.