Lunes 04 de febrero de 2019 – Nadie tenía fuerza para domarlo.
Santa Águeda, virgen y mártir
H. Pedro Cadena Diaz, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, gracias por este tiempo para estar contigo. Gracias porque me cuidas y guías en mi camino con mucho amor y misericordia. María, madre mía y madre de Jesús, acompáñame en este tiempo de intimidad con el Señor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 5, 1-20
En aquel tiempo, después de atravesar el lago de Genesaret, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Apenas desembarcó Jesús, vino corriendo desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo, que vivía en los sepulcros. Ya ni con cadenas podían sujetarlo; a veces habían intentado sujetarlo con argollas y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba las argollas; nadie tenía fuerzas para dominarlo. Se pasaba días y noches en los sepulcros o en el monte, gritando y golpeándose con piedras.
Cuando aquel hombre vio de lejos a Jesús, se echó a correr, vino a postrarse ante él y gritó a voz en cuello: “Qué quieres tú conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Te ruego por Dios que no me atormentes”.
Dijo esto porque Jesús le había mandado al espíritu inmundo que saliera de aquel hombre. Entonces le preguntó Jesús: “¿Cómo te llamas?”. Le respondió: “Me llamo Legión, porque somos muchos”. Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
Había allí una gran piara de cerdos, que andaban comiendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaban a Jesús: “Déjanos salir de aquí para meternos en esos cerdos”. Y él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y todos los cerdos, unos dos mil, se precipitaron por el acantilado hacia el lago y se ahogaron.
Los que cuidaban los cerdos salieron huyendo y contaron lo sucedido, en el pueblo y en el campo. La gente fue a ver lo que había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al antes endemoniado, ahora en su sano juicio, sentado y vestido. Entonces tuvieron miedo. Y los que habían visto todo, les contaron lo que le había ocurrido al endemoniado y lo de los cerdos. Ellos comenzaron a rogarle a Jesús que se marchara de su comarca.
Mientras Jesús se embarcaba, el endemoniado le suplicaba que lo admitiera en su compañía, pero él no se lo permitió y le dijo: “Vete a tu casa a vivir con tu familia y cuéntales lo misericordioso que ha sido el Señor contigo”. Y aquel hombre se alejó de ahí y se puso a proclamar por la región de Decápolis lo que Jesús había hecho por él. Y todos los que lo oían se admiraban.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Muchas veces nos sucede aquello de lo que se quejaba san Pablo: «no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rm 7, 19), y es porque, como los gerasenos del Evangelio de hoy, no tenemos fuerza.
Fuerza para domar nuestras pasiones, fuerza para resistir las tentaciones del demonio. Somos humanos débiles. Entonces, ¿no hay remedio, y hay que rendirse? ¡No! Al contrario. Como lo acabamos de leer y como dice san Juan en su primera carta, «para esto se ha manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del Diablo» (1 Jn 3,8). Jesús es Dios y tiene poderes divinos. Nada le resiste. San Pablo dice: «al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos.» (Flp 2,10)
Por la gracia que Dios nos dio en el bautismo y que, si la perdimos, podemos recuperar en la confesión, Jesús vive en nuestras almas. Por eso dice santa Teresita de Lisieux que un alma en estado de gracia no tiene nada que temer de los demonios, que son unos cobardes, capaces de huir ante la mirada de un niño (Historia de un alma). Hoy, en tus momentos de lucha y de tentación, recuerda que Jesús, que te ama, está contigo: «Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia.» (Mt 28,20) Por eso, hoy tú puedes decir: «Yo lo puedo todo en aquel que me conforta.» (Flp 4,13)
«El Nuevo Testamento subraya con fuerza la autoridad de Jesús sobre los demonios, que expulsa “por el dedo de Dios”. Desde la perspectiva evangélica, la liberación de los endemoniados cobra un significado más amplio que la simple curación física, puesto que el mal físico se relaciona con un mal interior. La enfermedad de la que Jesús libera es, ante todo, la del pecado. […] Para combatir el pecado que anida dentro de nosotros y en nuestro entorno, debemos seguir los pasos de Jesús y aprender el gusto del “sí” que él dijo continuamente al proyecto de amor del Padre. Este “sí” requiere todo nuestro esfuerzo, pero no podríamos pronunciarlo sin la ayuda de la gracia, que Jesús mismo nos ha obtenido con su obra redentora.»
(Audiencia de san Juan Pablo II, 25 de agosto de 1999)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a visitar a Jesús en la Eucaristía y estar con Él en silencio unos minutos, para dejar que me hable al corazón.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.