San Juan Pablo II

Lunes 22 de octubre de 2018 – ¿Dónde está tu mayor tesoro?

San Juan Pablo II, Papa

H. Jesús Alberto Salazar Brenes, L.C.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Enséñame, Señor, a vivir como lo haces Tú, a ser desprendido, generoso y poner mis ojos en los tesoros del cielo más que en los de este mundo.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 12, 13-21
En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia». Pero Jesús le contestó: «Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?».
Y dirigiéndose a la multitud, dijo: «Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea».

Después les propuso ésta parábola: «Un hombre rico obtuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no tengo ya en donde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘¡Insensato! Esta misma  noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’.  Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hoy la Iglesia nos invita a volver nuestra mirada hacia la vida de un gran santo de nuestro tiempo, san Juan Pablo II. Él fue un hombre que hizo vida el Evangelio que meditamos hoy. Su vida fue un completo donarse a sí mismo, desgastarse por la gente por amor a Cristo, enseñando que la mayor riqueza es el dar amor verdadero con una mirada llena de pureza.
Jesús nos enseña a vivir el verdadero sentido de la pobreza como cristianos. Todos estamos llamados a vivir la pobreza evangélica que consiste en vivir desprendidos de los bienes de este mundo y de nosotros mismos, porque nuestro mayor tesoro es el cielo y hacia allá vamos para el encuentro definitivo con nuestro amor. El vivir de cara a Dios y con la esperanza puesta en las riquezas del Cielo es para nosotros fuente de libertad y paz interior.
Si hoy fuera el último día de tu vida y Dios te llamara a su presencia, ¿dónde estaría tu tesoro? ¿Cuáles serían las riquezas que has acumulado? La Palabra hoy te invita a hacer un alto y poner la mirada de tu corazón sobre lo verdaderamente importante. Desde hoy puedes acumular riquezas con tu caridad ingeniosa con el prójimo, con tu sonrisa sincera y amable, ayudando a consolar a quien lo necesita, demostrándole a tu familia cuánto la quieres, haciendo de tu vida Evangelio. La verdadera riqueza está en el intentar amar como Dios nos ha amado. Pidamos a María poder decir como san Juan Pablo II «Todo es tuyo» para que ella nos conduzca por el camino seguro hacia la santidad.

«Sabemos que el amor es lo que Dios sueña para nosotros y para toda la familia humana. Por favor, no lo olvidéis nunca. Dios tiene un sueño para nosotros y nos pide que lo hagamos nuestro. No tengáis miedo de ese sueño. Soñad a lo grande. Custodiadlo como un tesoro y soñadlo juntos cada día de nuevo. Así, seréis capaces de sosteneros mutuamente con esperanza, con fuerza, y con el perdón en los momentos en los que el camino se hace arduo y resulta difícil recorrerlo.»
(Discurso de S.S. Francisco, 25 de agosto de 2018).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy dedicaré un poco de tiempo a ayudar, con mucho amor, a alguien necesitado.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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