Lunes 28 de octubre de 2019 – Para ser apóstoles.
Santos Simón y Judas, apóstoles
H. Jorge Alberto Leaños García, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Cristo Señor, ahora que estoy contigo quiero pasar algunos momentos escuchándote y alimentando en mí el deseo de seguir amándote. Para esto te pido la gracia de saber estar a tu lado.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 6, 12-19
Por aquellos días, Jesús se retiró al monte a orar y se pasó la noche en oración con Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, eligió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles. Eran Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y Juan; Felipe y Bartolomé; Mateo y Tomás; Santiago, el hijo de Alfeo, y Simón, llamado el Fanático; Judas, el hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Al bajar del monte con sus discípulos y sus apóstoles, se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gente, que había venido tanto de Judea y Jerusalén, como de la costa, de Tiro y de Sidón. Habían venido a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; y los que eran atormentados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
No hemos elegido a Cristo, sino que Él nos ha elegido y nos ha dado las fuerzas para poder optar por Él. Nos ha llamado a ser discípulos y apóstoles que se esfuerzan por imitar lo que ven. Es una invitación a seguir los pasos del Maestro e intentar transmitir lo que aprendemos de Él. Es así como Cristo nos proyecta un camino.
Hay momentos en que le vemos, le oímos, aprendemos de Él. Nos muestra la sabiduría que puede iluminar toda confusión e inseguridad. Escuchamos las respuestas que pueden sanar las preguntas que surgen en el mundo. Hay momento en que aprendemos del Maestro lo que significa ser su discípulo y apóstol.
Pero, también llega la oportunidad en que, después de haber caminado a su lado, nos muestra la forma en la cual se transmite su mensaje a una multitud, en medio de personas que muestran curiosidad e interés en saber «quién es este hombre».
Al final, nosotros podremos estar en frente de una multitud de personas, creyente o no creyentes, heridos o rencorosos, humildes o soberbios. Si logramos mantener en nuestra memoria la experiencia de un Cristo que nos ha hablado, nos ha elegido y nos ha formado, si recordamos constantemente esos momentos que pasamos juntos, surgirá en nuestro interior un apasionado deseo de llevar su mensaje. Si supimos estar con Cristo, Él sabrá permanecer en nuestro corazón. Sobre todo, cuando queramos transmitirle.
«En esta perspectiva, es oportuno que cada uno se plantee una pregunta: ¿Cómo siento yo la elección: me siento cristiano por casualidad? ¿Cómo vivo yo la promesa, una promesa de salvación en mi camino? ¿Y cómo soy fiel a la alianza, cómo Él es fiel? Porque, Él es fiel y por esta razón los dones y la llamada son irrevocables: Él no puede renegarse a sí mismo, Él es la fidelidad misma. Por tanto, teniendo en cuenta esa verdad, conviene plantearse uno mismo: ¿Me siento elegido por Dios? ¿Siento la caricia de Dios en mi corazón? ¿Siento que Dios me ama? ¿Y me cuida? ¿Y cuando me alejo, Él va a buscarme? Puede ser de ayuda pensar en la parábola de la oveja perdida, por ejemplo: el Señor que va y las promesas que ha hecho y las alianzas.»
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de noviembre de 2017, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o,
si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy compartiré una experiencia que he tenido con Cristo Jesús.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.