Lunes 30 de noviembre de 2020 – La llamada de Dios en mi vida diaria.
San Andrés, apóstol
H. Enmanuel Toro, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, ayúdame a escuchar tu voz, a tenerte presente en mi vida. Que la vivencia de mi vida ordinaria no me distraiga o disturbe tu llamada a seguirte. Dame la fuerza de abrirte mi corazón para que Tú puedas transformar mi vida y así seguirte más plenamente. Así sea.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 4, 18-22
Una vez que Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando las redes al mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme y los haré pescadores de hombres«. Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y los llamó también. Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre lo siguieron.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El Evangelio de hoy es sobre el llamado de los primeros cuatro discípulos. «Venid conmigo y os haré pescadores de gente», dice y lo dejan todo y van tras Él. Esta llamada es inesperada, sorpresiva y es radical.
Los discípulos dejaron todo y lo siguieron. Jesus llama cuando quiere y del modo que quiere. ¿Qué es lo único que impediría el llamado?… Mi libertad. Dios puede tocar una y otra vez a la puerta de mi corazón, pero soy yo el que debe abrir. Él no fuerza, Él espera. Y esta llamada, esta voz, también se da en cosas específicas de mi vida. ¿Doy espacio para escuchar la llamada de Dios a seguir su voluntad? ¿O estoy distraído y sumergido en mis «cosas» dejando de lado todo lo relacionado con el Maestro?
Dios sorprende a aquellos que le dejan entrar. En la llamada de los apóstoles no hubo una explicación de lo que sería este llamado, ellos confiaron y se entregaron en cuerpo y alma a la misión del Señor. Dios me llama a seguirle en las pequeñas cosas de cada día, a ser buena persona, a estar con Él, a aprender de Él y a expresar al mundo este encuentro que transforma mi vida.
«¿A quién comenzó Jesús a hablar? El Evangelio dice que “paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos […] que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: ‘Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres´”. Los primeros destinatarios de la llamada fueron pescadores; no personas cuidadosamente seleccionadas en base a sus habilidades, ni hombres piadosos que estaban en el templo rezando, sino personas comunes y corrientes que trabajaban. Evidenciamos lo que Jesús les dijo: os haré pescadores de hombres. Habla a los pescadores y usa un lenguaje comprensible para ellos. Los atrae a partir de su propia vida. Los llama donde están y como son, para involucrarlos en su misma misión. “Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”. ¿Por qué inmediatamente? Sencillamente porque se sintieron atraídos. No fueron rápidos y dispuestos porque habían recibido una orden, sino porque habían sido atraídos por el amor. Los buenos compromisos no son suficientes para seguir a Jesús, sino que es necesario escuchar su llamada todos los días. Sólo Él, que nos conoce y nos ama hasta el final, nos hace salir al mar de la vida. Como lo hizo con aquellos discípulos que lo escucharon.»
(Homilía de S.S. Francisco, 26 de enero de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré un examen de conciencia de 10 minutos al final del día para reflexionar en cómo he escuchado la voz de Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.