Lunes 6 de junio de 2022 – «María, madre mía y madre de la Iglesia»

P. Rodrigo Serrano Spoerer, LC

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Dios, Padre de misericordia, tu Hijo, clavado en la cruz, proclamó como madre mía y madre de la Iglesia a su propia Madre, María santísima, concédeme, por su intercesión amorosa, que mi Iglesia, mi comunidad parroquial, mi familia que es Iglesia doméstica, sea cada día más fecunda, se alegre por la santidad de sus hijos y atraiga a su seno a tantos hermanos y hermanas que sufren por la ausencia de Cristo en sus vidas.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 19, 25-34

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

María, hoy celebramos tu memoria y te recordamos como Madre de la Iglesia. Fue el papa san Pablo VI quien, en la conclusión del Concilio Vaticano II te otorgó este título. Es significativo que Jesús haya querido hacernos el don ti como madre justo en el momento de la cruz. Allí estabas de pie, acompañando a tu Hijo en su ofrenda al Padre. Era también tu ofrenda, allí renovaste tu hágase en mi según tu palabra. Nunca te fue tan difícil dar ese sí a Dios; sin embargo, allí estabas, dispuesta a seguir tu misión. Y por ello hoy te puedo llamar plenamente madre mía y madre de la Iglesia.

Yo quiero ser como es discípulo amado y acogerte como algo propio. Si puedo hacerlo es porque tú me acogiste primero sin reservas. Así como acompañaste a los primeros apóstoles, sigues acompañándonos en nuestra misión de cristianos. Igual que en Caná de Galilea sigues animándonos a hacer lo que Él nos diga. Gracias María porque te haces siempre presente en los momentos importantes de mi vida, en aquellos felices y también en las horas de dolor. No te cansas de velar por mí y de ayudarme a ser más semejante a tu Hijo, Jesús.

Concédeme compartir la sed de Cristo; esa sed de extender su Reino, de hacer presente su amor misericordioso en este mundo que tanto lo necesita. Una sede que me lleve a donarme a quien esté a mi lado en esta vida, también sediento de amor, amistad, acogida, escucha… Sólo así podré decir yo también mi hágase como lo hiciste tu y, al llegar al final de mi vida, poder exclamar con Jesús: está cumplido.

«Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. Mirándola descubrimos que la misma que alababa a Dios porque “derribó de su trono a los poderosos” y “despidió vacíos a los ricos” (Lc 1,52.53) es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia. Es también la que conserva cuidadosamente “todas las cosas meditándolas en su corazón” (Lc2,19). María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás “sin demora” (Lc 1,39). Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización. Le rogamos que con su oración maternal nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo. Es el Resucitado quien nos dice, con una potencia que nos llena de inmensa confianza y de firmísima esperanza: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5)». (S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 288).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Delante de una imagen de María tómate el tiempo de repasar lentamente las palabras de una oración dedicada a ella, la que más te guste. Haz un diálogo con ella sobre lo que allí lees. Si no se te ocurre nada, puedes usar el texto de esta hermosa oración de san Bernardo de Claraval:

¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!

Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María.

Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.

Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.

Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.

En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.

No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Haz un alto a medio día o a eso de las seis de la tarde día para rezar a María con la oración del Ángelus y si estás con alguien, invítalo a rezarla contigo. No te llevará más de cinco minutos. Si no sabes esta oración, la puedes encontrar en este enlace: Oración del Ángelus     

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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