Martes 13 de julio de 2021 – El desafío de ser cristiano
H. José Alberto Rincón, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que tu gracia me impulse a renovar mi ‘sí’ a tu voluntad cada día.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 20-24
En aquel tiempo, Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse convertido. Les decía:
“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubieran realizado los milagros que se han hecho en ustedes, hace tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y ceniza. Pero yo les aseguro que el día del juicio será menos riguroso para Tiro y Sidón, que para ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo, porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros que en ti se han hecho, quizás estaría en pie hasta el día de hoy. Pero yo te digo que será menos riguroso el día del juicio para Sodoma que para ti”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Si en Tiro y Sidón se hubieran realizado los milagros que se han hecho en ustedes…» Detengámonos un momento en estas palabras. ¿De qué milagros está hablando el Señor? Desde luego que se refiere a los gestos que ha ido llevando a cabo: curaciones, exorcismos, etc. Sin embargo, hay un nivel más profundo. Es como si quisiera que Corozaín y Betsaida cayeran en cuenta que más allá de las maravillas externas, el milagro por excelencia es Cristo mismo. ¡Si tan sólo Tiro y Sidón hubieran gozado de la presencia de Dios!
Ahora sustituyamos los nombres de las ciudades con los nuestros. Bien puede este mensaje aplicarse así. Si en otras personas se hubieran realizado los milagros que han tenido lugar en nuestras propias vidas, si otros hubieran conocido a Jesús como lo conocemos nosotros, se habrían convertido. ¿Por qué entonces seguimos nosotros con el corazón endurecido? Podemos decir: ‘Somos buenos’, creyendo que con eso basta. Pues no. Ser cristiano es mucho más que ser sólo ‘bueno’. El reto para el verdadero cristiano no es ser una buena persona, sino ser santo.
Aquí entra Cafarnaúm, esa parte de nosotros que cree que por hacer cosas buenas merecemos ya el reconocimiento de los demás; como si un par de acciones desinteresadas bastaran para comprar el acceso al Cielo. Si creemos que eso es suficiente, que seremos encumbrados por nuestros méritos, nos precipitaremos al abismo. La comparación con Sodoma, ciudad de pecados innombrables y nulo arrepentimiento, es drástica. ¿Qué debemos hacer, entonces? ¿Temer el día del juicio, y vivir con conciencia escrupulosa buscando no errar?
No. «Tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación» (Lc 21, 28). Dejemos de tratar de llenar nuestras manos con méritos humanos; acojamos la realidad de que nuestro proceder no es digno de Dios, pero que Él quiere que así como somos coloquemos la mirada en Él. Aceptemos el desafío de ser cristianos, personas que buscan hacer el bien, no ante los hombres, sino ante la mirada del Padre Celestial. En una palabra, seamos santos.
«La palabra de Jesús tiene el poder de sacar a la luz lo que cada uno tiene en su corazón, que suele estar mezclado, como el trigo y la cizaña. Y esto provoca lucha espiritual. Al ver los gestos de misericordia desbordante del Señor y al escuchar sus bienaventuranzas y los “¡ay de ustedes!” del Evangelio, uno se ve obligado a discernir y a optar.»
(Homilía Papa Francisco, 21 de abril de 2021)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedicaré un tiempo durante el día a examinar mi conciencia, poniendo delante de Dios aquellos momentos en que he actuado por interés propio y no por Su gloria, permitiendo que Él tome posesión de ellos.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.