Martes 19 de julio de 2022 – «Cumplir la voluntad de Dios»
Santiago García Huerdo, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, gracias por este momento de oración. Gracias por darme la oportunidad de contemplarte. Te pido perdón por mis pecados y la gracia necesaria para hacer con mucho fruto este momento de oración contigo. Te lo pido por intercesión de tu Santísima Madre, la Virgen María.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 12,46-50
En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablan con él. Uno se lo avisó: «Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo». Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Creo que muchas veces nos perdemos en polémicas y en discusiones que no tienen mucho sentido y se nos olvida lo más esencial. ¿Has pensado si eso te pasa? Hay veces que tienes la respuesta enfrente y por estar analizando y pensando otra cosa, te pierdes de lo que realmente importa. Al leer este texto, te puede pasar que en vez de mirar lo esencial, podrías perderte pensando en por qué el Evangelio habla de los “hermanos” de Jesús cuando se dice que María es Virgen o, por qué parece ser que Jesús se dirige a María en una forma grosera, como si la desconociera.
Pero no, recuerda siempre que debemos mirar a Jesús, porque Él tiene la respuesta. Y hoy nos la presenta como si fuera la “letra chiquita” de un contrato, en la que nunca nos fijamos, pero que es sumamente importante. Esto es, el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Así es, nada más esencial que cumplir la voluntad de Dios. La vida de todos los santos se resume en eso solamente. A mayor grado de santidad, mayor grado en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Jesús es el Hijo en quien Dios se complace justo por eso, porque cumple su voluntad.
Así que te invito a contemplar esa actitud del Señor. La actitud de siempre ser fiel a la voluntad del Padre. De siempre estar dispuesto a decir que sí a lo que te pida. Contempla que Cristo viene en serio, viene a darlo todo por amor, viene a cambiar el mundo. No a perderse en elucubraciones sin sentido.
«El fruto de este estilo de vida no es una comunidad en la cual algunos son de “clase A”, es decir, los fuertes, y otros de “clase B”, es decir, los débiles. El fruto, en cambio, es como dice Pablo, «tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús». La Palabra de Dios alimenta una esperanza que se traduce concretamente en compartir, en servicio recíproco. Porque también quien es “fuerte” se encuentra antes o después con la experiencia de la fragilidad y necesita el conforto de los demás; y viceversa, en la debilidad se puede siempre ofrecer una sonrisa o una mano al hermano en dificultad. De este modo es una comunidad que “unánime, a una voz, glorifica a Dios». Pero todo esto es posible si se pone en el centro a Cristo, y su palabra, porque Él es el “fuerte”, Él es el que nos da la fortaleza, que nos da la paciencia, que nos da la esperanza, que nos da la consolación. Él es el “hermano fuerte” que cuida de cada uno de nosotros: todos efectivamente necesitamos ser cargados sobre los hombros del Buen Pastor y sentirnos envueltos por su mirada tierna y primorosa». (S.S. Francisco, Catequesis del 22 de marzo de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Ofrece a Dios un acto de caridad a tu prójimo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.