Martes, 25 de octubre de 2022 – «No se puede anunciar el Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida»
Manuel Frutos, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, enciende mi corazón con el fuego de tu amor a fin de que, amándote en todo y sobre todo, pueda obtener aquellos bienes que no puedo por mí mismo ni siquiera imaginar y que has prometido Tú a los que te aman. Dios todopoderoso y eterno, Tú que lo puedes todo, aumenta mi fe, aumenta mi esperanza y aumenta mi caridad; y, para conseguir tus promesas, concédeme amar tus preceptos. Por nuestro Señor Jesucristo que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 13, 18-21
En aquel tiempo, Jesús dijo: “¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a la semilla de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció y se convirtió en un arbusto grande y los pájaros anidaron en sus ramas”. Y dijo de nuevo: “¿Con qué podré comparar al Reino de Dios? Con la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina y que hace fermentar toda la masa”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Qué importante es que seamos esa semilla de mostaza que se entierra, que desaparece, para que se convierta en un árbol frondoso. El Reino de Dios es semejante a una semilla de mostaza. Esta parábola tan sencilla compara dos momentos de la historia de la semilla: cuando es enterrada (los inicios modestos) y cuando se hace un árbol (el milagro final). Por tanto, Jesús a través de este relato nos explica el crecimiento extraordinario de una semilla que se entierra en el propio jardín, a lo que sigue un crecimiento asombroso al hacerse un árbol. Al igual que esta semilla, el Reino de Dios tiene también su historia: el Reino de Dios es la semilla enterrada en el jardín, lugar que en el Nuevo Testamento indica el lugar de la agonía y de la sepultura del mismo Jesús; pero le sigue después el momento del crecimiento en el que llega a ser un árbol abierto a todos. El Reino de Dios, no se va a concretar, no se va a realizar en otro lugar o ambiente más que en lo concreto de la vida de cada uno. Es semilla en este jardín, es levadura en esta harina. El Reino de Dios se juega aquí, por eso el Papa Francisco nos recuerda constantemente que no se puede anunciar el evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida. Quien nos escucha y nos ve, debe poder leer en nuestros actos eso mismo que oye de nuestros labios y dar gloria a Dios.
¿Con qué poder comparar el Reino de Dios? Nos interroga el evangelio de hoy. Se parece a un poco a la levadura que una mujer mezcló con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa. El Reino de Dios es semejante a la levadura. La levadura se esconde en tres medidas de harina. Es suficiente meter una pequeña cantidad de levadura en tres medidas de harina para conseguir una gran cantidad de pan. Jesús anuncia que esta levadura, escondida o desaparecida en las tres medidas de harina, después de un tiempo, hace crecer la masa.
San Francisco de Asís decía a sus hermanos: «Prediquen el evangelio y si fuese necesario también con las palabras, prediquen con la vida, el testimonio, la incoherencia de los fieles y de los pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, mina la credibilidad de la Iglesia.» Nuestro testimonio en la sociedad, mi testimonio concreto de vida coherente cristiana puede ser a mis propios ojos insignificante, mi fidelidad a Cristo y a su Evangelio puede parecerme poco e incluso inútil para la sociedad a la que nos enfrentamos cada día, pero el testimonio de la fe es valioso, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio, también ése escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de sus relaciones con la familia, el trabajo, la amistad. Hay santos de cada día, santos ocultos suele decir el Papa Francisco, una especie de clase media de la santidad.
Que seamos capaces de construir cada día el Reino de Dios con una vida coherente, con una vida acorde a las exigencias del Evangelio, con una vida donde vayamos puliendo cada día todo aquello que son asperezas, para que nuestra fe sea realmente una forma de vida, para que nuestra fe sea como dice el autor del libro de los hebreos: «La seguridad de lo que no vemos y la certeza de lo que esperamos».
«Jesús, cuando envía a sus discípulos para que lo precedan en las aldeas, les recomienda: “Digan primero: ‘¡Que descienda la paz sobre esta casa!’… ‘Curen a sus enfermos’”. Todo ello quiere decir que el Reino de Dios se construye día a día y ofrece ya en esta tierra sus frutos de conversión, de purificación, de amor y de consolación entre los hombres. ¡Es una cosa linda! Construir día tras día este Reino de Dios que se va haciendo. No destruir, construir. ¿Con qué espíritu el discípulo de Jesús deberá desarrollar esta misión?».
(Homilía de S.S. Francisco, 3 de julio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pediré al Señor poder comprender mejor a los demás, saber colocarme en su situación, y cuando se me presente en el día de hoy alguna situación no juzgarles.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.