Martes 27 de diciembre – Vio y creyó.
San Juan, Apóstol y Evangelista
H. Adrián Olvera, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Quisiera hoy, Jesús, estar contigo… no importa si no te hablo, ni me dices nada. Al final, simplemente quiero estar contigo. Dame la gracia de ponerme en tu presencia. Ahí, junto a Ti, sin hablar, sin decir nada… sólo estar.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 20, 2-9
El primer día después del sábado, María Magdalena vino corriendo a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.
En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
San Juan, el discípulo a quién Jesús tanto quería; el discípulo que estuvo sobre el pecho de Jesús; el que estuvo al píe de la cruz…el discípulo amado. Este discípulo se vio inmerso ante la duda en aquellos tres días. Sabía que amaba, sabía muy bien lo que sentía, pero… no veía nada.
La voz de María Magdalena entró a su corazón como luz de sol que penetra el cielo nublado. Era una luz de esperanza.
Llevado por la emoción, corre con la ilusión de darle sentido a ese amor que sabía que tenía…sabía que existía, mas no lo veía.
Observa, contempla…recuerda y al final: Vio y creyó. Constató que aquello que vivió con Jesús…, los latidos de su corazón, la cruz, su amor… era real.
El amor no puede acabar. Entendió que había que morir para resucitar. El sufrimiento es parte del amor…pero no es el final.
Ésa es la esperanza que tiene que guiar mi vida; pues aunque pasen 3 o más días, en la obscuridad o la duda, jamás puedo olvidar que el amor que Dios me ha tenido desde la eternidad es verdadero… es real.
Señor, muchas veces pierdo el sentido en mi vida, y sólo veo signos, recuerdos… los lienzos que has dejado en mi historia. Dame la gracia de cada día poder ver y creer. Ser testigo fiel de tu amor en mi ayer y mi hoy… en las cosas pequeñas y también en las grandes, para así creer. Señor… aumenta mi fe.
«Pedro, después de haber escuchado a las mujeres y de no haberlas creído, «sin embargo, se levantó» (v.12). No se quedó sentado a pensar, no se encerró en casa como los demás. No se dejó atrapar por la densa atmósfera de aquellos días, ni dominar por sus dudas; no se dejó hundir por los remordimientos, el miedo y las continuas habladurías que no llevan a nada. Buscó a Jesús, no a sí mismo. Prefirió la vía del encuentro y de la confianza y, tal como estaba, se levantó y corrió hacia el sepulcro, de dónde regresó “admirándose de lo sucedido”.»
(Homilía de S.S. Francisco, 26 de marzo de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedicar un tiempo en el día para hacer una lista de los momentos en mi vida en que he «visto y creído». Aquellos momentos grandes y sencillos en que Jesús se ha hecho presente en la propia historia. Escribirlos en una hoja que se pueda guardar en un lugar personal para algún tiempo de duda, sequedad… recordar con el testigo de la vida misma que Dios siempre está.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.