Martes 4 de febrero de 2020 – ¡Habla con Jesús!
Santa Águeda, virgen y mártir
H. Pedro Cadena Díaz, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, Tú que eres hombre como yo, mírame y hazme sentir que me quieres de verdad, haga lo que haga, así como soy. Sólo Tú puedes hacer que yo sienta a Dios como mi Padre. En Ti puedo sentir la mano de Dios que me quiere tocar y sanarme. Haz que hoy me deje tocar y sanar un poco más por mi Papá Dios. María, ven, hazme compañía; sin ti no sería lo mismo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 5, 21-43
En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: “Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva”. Jesús se fue con él, y mucha gente lo seguía y lo apretujaba.
Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada.
Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de él, se volvió hacia la gente y les preguntó: “¿Quién ha tocado mi manto?”. Sus discípulos le contestaron: “Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’ ”. Pero él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido. Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús la tranquilizó, diciendo: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”.
Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste: “Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?”. Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas, basta que tengas fe”. No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: “¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida”. Y se reían de él.
Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: “¡Talitá, kum!”, que significa: “¡Óyeme, niña, levántate!”. La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Papá Dios te quiere decir algo hoy. Tal vez puedes entrar en el pasaje del Evangelio y descubrir qué es lo que te quiere decir. Lee e imagina que estás ahí, como uno de los personajes. Puedes revivir este pasaje como Pedro o un discípulo de los que están junto a Jesús, y ver cómo reacciona cuando llega Jairo a pedir ayuda; cómo se va con él a sanar a su hija. Puedes vivirlo como Jairo, y rogarle a Jesús por alguien que amas y que está sufriendo. Puedes vivirlo como la mujer que padecía flujo de sangre, que tiene algo que le pesa sobre los hombros y quiere que Jesús la cure, pero le da miedo decírselo. O como alguien de la multitud, que va siguiendo a Jesús y observa lo que Él hace. Entres como entres al pasaje, deja que te hable. Si el ver o escuchar algo o alguien te despierta un sentimiento, habla con Jesús sobre ello. Si quieres irte y ya no saber nada de Jesús, díselo. Y si quieres, deja que Él se te acerque y te toque con su mano sanadora…
«En esta página del Evangelio se entrelazan los temas de la fe y de la vida nueva que Jesús ha venido a ofrecer a todos. Entrando en la casa donde la muchacha yace muerta, Él echa a aquellos que se agitan y se lamentan y dice: “La niña no ha muerto; está dormida”. Jesús es el Señor y delante de Él la muerte física es como un sueño: no hay motivo para desesperarse. Otra es la muerte de la que tener miedo: la del corazón endurecido por el mal. ¡De esa sí que tenemos que tener miedo! Cuando sentimos que tenemos el corazón endurecido, el corazón que se endurece y, me permito la palabra, el corazón momificado, tenemos que sentir miedo de esto. Esta es la muerte del corazón. Pero incluso el pecado, incluso el corazón momificado, para Jesús nunca es la última palabra, porque Él nos ha traído la infinita misericordia del Padre. E incluso si hemos caído, su voz tierna y fuerte nos alcanza: “Yo te digo: ¡Levántate!”. Es hermoso sentir aquella palabra de Jesús dirigida a cada uno de nosotros: “yo te digo: Levántate. Ve. ¡Levántate, valor, levántate!”. Y Jesús vuelve a dar la vida a la muchacha y vuelve a dar la vida a la mujer sanada: vida y fe a las dos.»
(Ángelus de S.S. Francisco, 1 de julio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Jesús, ¿qué pasó en este tiempo que estuvimos juntos? ¿Qué me consoló, qué me hizo sufrir? Algunas cosas se han movido en mí hoy. Tal vez surgió un deseo o un rechazo. Tú sabes mejor que yo qué quiero y qué necesito, Jesús. Dámelo por favor. Tú me quieres ver feliz de verdad. Ayúdame a dejarte actuar en mi vida. María, gracias por acompañarme. Haz que hoy me atreva a dejar que Jesús tome mis manos, mi rostro… y viva con alegría, en mí, su entrega a mis hermanos.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a visitar a Jesús en la Eucaristía para agradecerle que me haya escogido para ser su apóstol y pedirle que viva más en mí su entrega a mis hermanos.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.