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Miércoles 10 de noviembre de 2021 – «Grita el nombre de Jesús»

Santiago García Huerdo, LC

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

 

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús mío, grito tu nombre para que vengas a mi encuentro. Grito tu nombre porque quiero sanar. Grito tu nombre porque no hay otra cosa que merezca más la pena en este mundo. Grito tu nombre para decirte que te amo.

 

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?». Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado”.

Palabra del Señor.

 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En tiempos de Jesús y, de hecho, no hasta hace mucho, la lepra era considerada una maldición. Quien padecía esta terrible enfermedad, era considerado una escoria de la sociedad y le aislaban completamente, se les desterraba. Como se puede comprender, vivir en esa situación significaba la muerte en vida. Por ello, muchos de los leprosos se agrupaban para compartir el miedo, la soledad, la miseria, la humillación y la exclusión. Tal como el grupo de leprosos del Evangelio.

Y es a partir de esto, que surgen estas preguntas: ¿Cuántas veces no me he sentido excluido, humillado, con miedo, solo? Literalmente como ellos. ¿Cuántas veces no me he sentido como muerto en vida? Pues bien, podría ser que, en algún momento o en varios, hayamos experimentado eso, porque literalmente, en este mundo, nos encontramos en un destierro hasta llegar al Cielo y hay muchas heridas sociales también.

Sin duda que, para ese momento, los leprosos habrían agotado todos los recursos, que tenían a su alcance para poderse curar. Sin embargo, todavía quedaba uno, gritar a Jesús que les sanara. Y solo eso, dio resultado.

Así que la invitación de este día y de todos los que pasemos en este destierro al que llamamos vida, es a gritar el nombre de Jesús a todo pulmón, para pedirle con todo el corazón, que venga y sane lo que tengamos que sanar. Y tener presente, al ser curados, que no se nos olvide regresar a agradecer.

«La multitud, marcada por sufrimientos físicos y miserias espirituales, constituye, por así decir, “el ambiente vital» en el que se realiza la misión de Jesús, hecha de palabras y de gestos que resanan y consuelan. Jesús no ha venido a llevar la salvación en un laboratorio; no hace la predicación de laboratorio, separado de la gente: ¡está en medio de la multitud! ¡En medio del pueblo! Pensad que la mayor parte de la vida pública de Jesús ha pasado en la calle, entre la gente, para predicar el Evangelio, para sanar las heridas físicas y espirituales. Es una humanidad surcada de sufrimientos, cansancios y problemas: a tal pobre humanidad se dirige la acción poderosa, liberadora y renovadora de Jesús. Así, en medio de la multitud hasta tarde, se concluye ese sábado. ¿Y qué hace después Jesús? Antes del alba del día siguiente, Él sale sin que le vean por la puerta de la ciudad y se retira a un lugar apartado a rezar. Jesús reza. De esta manera quita su persona y su misión de una visión triunfalista, que malinterpreta el sentido de los milagros y de su poder carismático. Los milagros, de hecho, son «signos», que invitan a la respuesta de la fe; signos que siempre están acompañados de palabras, que las iluminan; y juntos, signos y palabras, provocan la fe y la conversión por la fuerza divina de la gracia de Cristo». (S.S. Francisco, Angelus, 4 de febrero de 2018).

 

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

 

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hacer un recuento de aquellas cosas en las que el Señor te ha sanado y agradecéselas.

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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