Miércoles 2 de febrero de 2022 – «El que encontró a Cristo»
Daniel Arroyo, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias Señor por este momento donde me permites ser consciente de tu presencia. Gracias porque me escuchas. Pongo en tus manos todas mis cosas. Tú sabes lo que llevo en el corazón. Quiero que este momento sea sólo para nosotros dos. Ven, inunda mi mente, mi corazón, mis pensamientos y emociones. Hoy quiero encontrarme contigo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Qué significa encontrarse con Cristo?
Simeón un “hombre justo y piadoso”. Un hombre como todos los demás. Un hombre que se levantaba por las mañanas y oraba con los himnos, desayunaba, iba a trabajar, rezaba los salmos a medio día, regresaba a casa del trabajo, estaba con su familia, oraba antes de irse a dormir… uno más entre miles de judíos. Cumplía sus deberes con su familia, se esforzaba por ser un buen ciudadano, era justo. Vivía en relación con Dios. Pero en el fondo de su corazón había un deseo profundo, un “algo” que aún esperaba. Los días seguían, los años pasaban. Simeón creció, hizo su vida. Entre amigos, familia, trabajo, días buenos y malos, la ancianidad le llegó. Pero su corazón seguía esperando. Y esperaba no tanto porque no se cansara de esperar, sino porque en su corazón estaba aún ese “no-sé-que” que le faltaba.
Y un día llegó. Tal vez cuando menos lo esperaba. Tal vez fue al templo a orar, a cantar los himnos del día. Tal vez fue a quejarse con Dios porque lo que esperaba no llegaba. Y ahí lo encontró. Encontró a Jesús, encontró a Cristo. Su corazón lo sabía. Ese corazón que tanto había esperado reconoció a Cristo.
¿Qué pasó en la mente y en el corazón de Simeón para decir: “Ahora Señor ya me puedo ir en paz”? Ahora que encontré a Cristo. Simeón no dijo: “ahora que ya tengo casa, carro, familia y patrimonio” o “ahora que ya no tengo ningún problema en mi vida”. ¿Qué habrá significado ese encuentro para que Simeón tomara a Jesús de los brazos de María? ¿Qué significó qué Simeón encontrara a Cristo? Sólo él puede responder. Yo tampoco podría contar que significó encontrar a Jesús en mi vida. Y no puedo decir que experimentarás cuando tú lo encuentres. Porque es tu encuentro. Y Él te ama de una forma única, diferente de cómo me ama a mí o a Simeón. Así es el encuentro con Cristo. Es el encuentro de la vida.
Hoy Cristo quiere venir al templo de tu corazón y quiere encontrarte. ¿Tu corazón busca un “no-se-que»? ¿Tu corazón espera “algo”? Deja que hoy Cristo te encuentre. Ahí en el templo de tu corazón. Búscalo, que Él ya espera fuera para que le abras el templo de tu corazón.
«Observemos atentamente la paciencia de este anciano. Durante toda su vida esperó y ejerció la paciencia del corazón. En la oración aprendió que Dios no viene en acontecimientos extraordinarios, sino que realiza su obra en la aparente monotonía de nuestros días, en el ritmo a veces fatigoso de las actividades, en lo pequeño e insignificante que realizamos con tesón y humildad, tratando de hacer su voluntad. Caminando con paciencia, Simeón no se dejó desgastar por el paso del tiempo. Era un hombre ya cargado de años, y sin embargo la llama de su corazón seguía ardiendo; en su larga vida habrá sido a veces herido, decepcionado; sin embargo, no perdió la esperanza. Con paciencia, conservó la promesa ―custodiar la promesa―, sin dejarse consumir por la amargura del tiempo pasado o por esa resignada melancolía que surge cuando se llega al ocaso de la vida». (S.S. Francisco, Homilía del 2 de febrero de 2021).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Antes de irme a dormir pedir la gracia de encontrarme más profundamente con Cristo. Y si me doy cuenta de que alguien necesita escuchar de Cristo, hablarle de Él, invitarles a encontrarse con Él.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.