Miércoles 21 de abril de 2021 – El pan de vida eterna.
H. Francisco J. Posada, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, dame la gracia de confiar más en el poder de tu Eucaristía; que pueda reconocer cuánto puedes hacer por mí y que sepa que contigo puedo llegar a tener vida que no se acaba. Quiero vivir para siempre; ayúdame a encontrar el camino.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 35-40
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: ¨Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. Pero como ya les he dicho: me han visto y no creen. Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día¨.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús nos enseña qué significa que Él esté cerca bajo las especies de pan y vino. Él quiso quedarse con nosotros hasta el fin del mundo, y aunque a veces experimente indiferencias y ultrajes, sigue quedándose con nosotros. Es una acción de amor y esto es a lo que estamos llamados como cristianos, a amar como Jesús nos ama.
Todos hemos visto anuncios en los que se nos presentan fórmulas para bajar de peso, comida que nos cambiará la vida, cosas en general que nos harán los resultados que queremos casi inmediatamente. Si nos preguntamos, ¿cómo encontrar la fórmula del verdadero amor? O, ¿cuál es el modo para amar como Dios ama, sin límites? La respuesta la encontramos en las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy, mi cuerpo y mi sangre. Acudiendo a la Eucaristía nos asemejamos más a Él, y así también a Dios Padre que vive en Jesús en una comunión eterna de amor.
Este alimento no ayudará a ganar las olimpiadas o ser más guapos, sino a ganar la vida eterna. Una vez me pregunté si valdría la pena la vida eterna, porque pudiendo tener una buena vida aquí en la tierra, ¿para qué pedir otra? A pesar de las dificultades e imperfecciones de la vida en la tierra, se puede tener una muy buena vida, pero Dios quiere que lleguemos a la felicidad que no se acaba, que no haya espacio para nada más que Él y solo Él. La felicidad plena nos aguarda si le somos fieles y estamos dispuestos a donarnos completamente a Él sin condiciones.
«Y después, el Señor la confirma, esta esperanza que no falla: “Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí”. Este es el propósito de la esperanza: ir a Jesús. Y “al que venga a mí no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”. El Señor que nos recibe allí, donde está el ancla. La vida en esperanza es vivir así: aferrados, con la cuerda en la mano, con fuerza, sabiendo que el ancla está ahí. Y esta ancla no falla, no falla. Hoy, pensando en los muchos hermanos y hermanas que se han ido, nos hará bien mirar los cementerios y mirar hacia arriba. Y repetir, como Job: “Sé que mi Redentor vive, y yo mismo le veré, le mirarán mis ojos, no los de otro”. Y esta es la fuerza que nos da la esperanza, este don gratuito que es la virtud de la esperanza. Que el Señor nos la dé a todos.»
(Homilía de S.S. Francisco, 2 de noviembre de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hacer una comunión espiritual e invitar a alguien más a hacerla.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.