Miércoles 21 de noviembre de 2018 – El oro de Dios.
La presentación de la Santísima Virgen María
H. José Romero, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor concédeme poder ver tu amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 19, 11-28
En aquel tiempo, como ya se acercaba Jesús a Jerusalén, y la gente pensaban que el Reino de Dios iba a manifestarse de un momento a otro, él les dijo esta parábola:
«Había un hombre de la nobleza que se fue a un país lejano para ser nombrado rey, y volver como tal. Antes de irse, mando llamar a diez empleados suyos, les entregó una moneda de mucho valor a cada uno y les dijo: ‘Inviertan este dinero mientras regreso’.
Pero sus compatriotas lo aborrecían y enviaron detrás de él a unos delegados que dijeran: ‘No queremos que éste sea nuestro rey’.
Pero fue nombrado rey, y cuando regresó a su país, mandó llamar a sus empleados a quienes había entregado el dinero, para saber cuánto había ganado cada uno.
Se presentó el primero y le dijo: ‘Señor, tu moneda ha producido otras diez monedas’. Él le contestó: ‘Muy bien. Eres un buen empleado. Puesto que has sido fiel en una cosa pequeña, serás gobernador de diez ciudades’.
Se presentó el segundo y le dijo: Señor, tu moneda ha producido otras cinco monedas’. Y el Señor le respondió: ‘Tú serás gobernador de cinco ciudades’.
Se presentó el tercero y le dijo: ‘Señor, aquí está tu moneda. La he tenido guardada en un pañuelo, pues te tuve miedo, porque eres un hombre exigente, que reclama lo que no ha invertido y cosecha lo que no ha sembrado’. El señor le contestó: ‘Eres un mal empleado. Por tu propia boca te condeno, Tú sabías que yo soy un hombre exigente, que reclamo lo que no he invertido y que cosecho lo que no he sembrado, ¿Por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco para que yo, al volver, lo hubiera recobrado con intereses?’
Después les dijo a los presentes: ‘Quítenle a éste la moneda y dénsela al que tiene diez’. Le respondieron: ‘Señor, ya tiene diez monedas’. Él les dijo: Les aseguro que a todo el que tenga se le dará con abundancia, y al que no tenga, aún lo que tiene se le quitará. En cuanto a mis enemigos, que no querían tenerme como rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia».
Dicho esto, Jesús prosiguió su camino hacia Jerusalén al frente de sus discípulos.
Palabra de Dios.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Yo pasé de ir a misa sólo por compromisos sociales a ir todos los días prácticamente de la noche a la mañana, todo, por supuesto, por gracia de Dios. Pero mi entorno de amigos, e incluso mi novia, permanecieron igual. Veían a la Iglesia como algo no necesario o pasado de moda y la mayoría no eran creyentes. Mis amigos se burlaban de mí y, en una ocasión, mi novia me llegó a preguntar si ya había ido a mi circo, es decir a la misa. Para mí era muy difícil ser católico con mis amigos, era difícil tener una coherencia de vida.
Yo estaba en la situación de los empleados del rey que nos narra el Evangelio de hoy; ellos vivían en un lugar donde había personas que no querían a su rey. Al principio fui como el último empleado, vivía ocultando la pequeña onza de oro que mi Señor me regaló, ocultaba la experiencia del amor de Dios en mi vida por miedo a las burlas y humillaciones.
Con el tiempo me atreví a colocar mi pequeña onza de oro en el banco, es decir comencé a orar, comencé a hablar con Dios, porque la oración es el banco donde mi amor gana intereses y crece; donde el amor de Dios va creciendo en mí. Con tantas onzas de oro, el miedo se me fue quitando porque entendí que mi esfuerzo no era lo importante sino la onza de mi Señor; ella sola ganaba intereses.
Comencé a colocar la onza de mi Señor en toda clase de negocios, porque no había miedo de perderla; comencé a hablar del amor que Dios me tiene a todas las personas que conocía, creyente o no creyente. La onza de oro de mi Señor produjo más onzas que, a su vez, empezaron a producir más onzas.
No tengamos miedo de perder la onza de oro que nuestro Señor nos regaló, porque en la oración y la Eucaristía crece el amor a Él. ¡Y salgamos por el mundo a predicar el amor de Dios para que se multipliquen las onzas de nuestro Rey!
«Solo de esto podemos presumir: del “conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo”, que nos da el Espíritu vivificador. Este es el tesoro que nosotros, frágiles vasijas de barro, debemos ofrecer a nuestro amado y atormentado mundo. No seríamos fieles a la misión que se nos ha confiado si redujéramos este tesoro al valor de un humanismo puramente inmanente, adaptable a las modas del momento. Y seríamos malos custodios si quisiéramos solo preservarlo, enterrándolo por miedo a los desafíos del mundo. Tenemos necesidad de un nuevo impulso evangelizador. Estamos llamados a ser un pueblo que vive y comparte la alegría del Evangelio, que alaba al Señor y sirve a los hermanos, con un espíritu que arde por el deseo de abrir horizontes de bondad y de belleza insospechados para quien no ha tenido aún la gracia de conocer verdaderamente a Jesús.»
(Discurso de S.S. Francisco, 21 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Ser misionero hoy con una persona, hablarle del amor de Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.