Miércoles 3 de agosto – La fe auténtica, todo lo puede.
Iván Yoed González Aréchiga LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, darte gloria es mi ilusión, es mi más profundo anhelo. Vengo nuevamente a colocar mi corazón en Ti. Vengo a renovarte mis promesas. Quiero refrescar mi alma contigo. Dame un corazón sencillo que desee desgastarse cada instante por amor a Ti, esperando en Ti y creeyendo en Ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 15, 21-28
En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: “Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros”. Él les contestó: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.
Ella se acercó entonces a Jesús y, postrada ante él, le dijo: “¡Señor, ayúdame!” Él le respondió: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Pero ella replicó: “Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Es conmovedor el contemplar la escena que presenta este Evangelio. Aunque más que la presentación de una escena es el retrato de un corazón. Es como una pintura del corazón del Señor. Caminaba Cristo, se encontraba en el tiempo de su vida pública, visitaba gente, se movía de un pueblo a otro. En un traslado más en que su mente se hallaría en el Padre, en la misión, en las almas, llega una mujer que le «interrumpe». Y Él comienza a escucharla gritar.
Una persona que había sufrido, una persona que imploraba compasión, una que a muchos seguramente había molestado ya, era una mujer despreciada, pero no vencida: pues no descansaba y no descansaría hasta alcanzar la bendición de Dios para su hija a quien tanto amaba. Hasta tal punto llega el amor de una madre, hasta el punto de olvidar su propia imagen, olvidar el “qué dirán” con tan sólo conseguir aquello que sus hijos necesitan y que sin duda llegaría más lejos si fuese necesario. Y, finalmente, una mujer así conmovió un corazón…
Qué sensibilidad de Cristo, que supo acoger los comentarios de sus apóstoles que, aun andando en pos de la «misión», se quejaron por un alma que sufría. Y me impresiona su corazón , que comenzó por presentarse grande y digno de las súplicas de una mujer, pero que terminó por engrandecerla y encumbrar su fe hasta que incluso le otorgó su gracia.
¿Qué puedo aprender de este Evangelio? Tengo tres modelos: tengo a los apóstoles, que aún no comprendían en qué consistía extender tu Reino. Tengo a una mujer cuyo amor el mismo Cristo enalteció. Y tengo tu corazón, Señor, del que nunca alcanzaré a aprenderlo todo, pero el cual puedo imitar también el día de hoy.
«Cada uno de nosotros, de hecho, puede tener fe en “Cristo, Hijo de Dios, enviado por el Padre para salvarnos: sí, salvarnos de la enfermedad, el Señor ha hecho y nos ayuda a hacer muchas cosas buenas”; pero sobre todo hay que tener fe en que Él ha venido para “salvarnos de nuestros pecados, salvarnos y llevarnos al Padre”»
(Homilía de S.S. Francisco, 15 de enero de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Señor, rezar frecuentemente durante el día la jaculatoria: Señor aumenta mi fe.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.