Miércoles 30 de diciembre de 2020 – La relación con Dios de cada día.
H. Enmanuel Toro, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, ayúdame a aprender a vivir las cosas ordinarias de forma extraordinaria. Acrecienta mi fe para verte en las cosas que hago y mi confianza para esperar tus designios en mi vida. Así sea.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 36-40
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. (Cuando José y María entraban en el templo para la presentación del niño). Ana se acercó, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia del Dios estaba con él.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Este pasaje evangélico nos muestra dos situaciones que presenta la relación personal con Dios en la vida ordinaria: la de la profetisa Ana y la infancia en la vida de Jesus. La vida de Ana transcurría sencillamente en el templo al servicio de Dios, motivada por la oración; y su vida fue recompensada con ver al Salvador que tanto anhelaba. Dios no abandona a las almas que están cerca de Él.
Por otro lado, encontramos a Jesús en su infancia y desarrollo donde, como nos dice el Evangelio, «iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia del Dios estaba con él». Dios se hace hombre y aprende a vivir como nosotros. Él se convierte en ejemplo y modelo de cómo hemos de vivir. Y lo que más sobresalió en su vida fue la relación con su Padre. La oración era lo que alimentaba su alma para cumplir la misión que le había sido encomendada.
Tanto Ana como Jesús, vivieron una vida ordinaria y simple, y esto no le quitaba valor dado que, lo que les alentaba era el cumplir la voluntad de Dios. Esto nos enseña el valor fundamental de lo que es nuestra vida ordinaria y nos podemos preguntar, ¿cómo vivo mi vida ordinaria?, ¿cómo vivo mi relación con Dios en el día a día?
«Otra vez se cierne la tentación de la mirada mundana, que anula la esperanza. Pero miremos al Evangelio y veamos a Simeón y Ana: eran ancianos, estaban solos y, sin embargo, no habían perdido la esperanza, porque estaban en contacto con el Señor. Ana “no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día”. Este es el secreto: no apartarse del Señor, fuente de la esperanza. Si no miramos cada día al Señor, si no lo adoramos, nos volvemos ciegos. Adorar al Señor.»
(Homilía de S.S. Francisco, 1 de febrero de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Darle gracias a Dios, con un acto concreto, por el don de la vida.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.