terreno en mi alma crece

Miércoles 30 de enero de 2019 – Un buen terreno da buenos frutos.

H. Edison Valencia L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, dame la gracia de poder tener mi alma lo más pura posible para acoger tu palabra, y dar los frutos de amor que Tú quieres que yo dé.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 4, 1-20
En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago, y se reunió una muchedumbre tan grande, que Jesús tuvo que subir en una barca; ahí se sentó, mientras la gente estaba en tierra, junto a la orilla. Les estuvo enseñando muchas cosas con parábolas y les decía:
“Escuchen. Salió el sembrador a sembrar. Cuando iba sembrando, unos granos cayeron en la vereda; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, donde apenas había tierra; como la tierra no era profunda, las plantas brotaron enseguida; pero cuando salió el sol, se quemaron, y por falta de raíz, se secaron. Otros granos cayeron entre espinas; las espinas crecieron, ahogaron las plantas y no las dejaron madurar. Finalmente, los otros granos cayeron en tierra buena; las plantas fueron brotando y creciendo y produjeron el treinta, el sesenta o el ciento por uno”. Y añadió Jesús: “El que tenga oídos para oír, que oiga”.
Cuando se quedaron solos, sus acompañantes y los Doce le preguntaron qué quería decir la parábola.  Entonces Jesús les dijo: “A ustedes se les ha confiado el secreto del Reino de Dios; en cambio, a los que están fuera, todo les queda oscuro; así, por más que miren, no verán; por más que oigan, no entenderán; a menos que se conviertan y sean perdonados”.
Y les dijo a continuación: “Si no entienden esta parábola, ¿cómo van a comprender todas las demás? ‘El sembrador’ siembra la palabra.
‘Los granos de la vereda’ son aquellos en quienes se siembra la palabra, pero cuando la acaban de escuchar, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos.
‘Los que reciben la semilla en terreno pedregoso’, son los que, al escuchar la palabra, de momento la reciben con alegría; pero no tienen raíces, son inconstantes, y en cuanto surge un problema o una contrariedad por causa de la palabra, se dan por vencidos.
‘Los que reciben la semilla entre espinas’ son los que escuchan la palabra; pero por las preocupaciones de esta vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás, que los invade, ahogan la palabra y la hacen estéril.
Por fin, ‘los que reciben la semilla en tierra buena’ son aquellos que escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha: unos, de treinta; otros, de sesenta; y otros, de ciento por uno”.
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Me acuerdo que mi abuelo tenía un terreno en el cual, un día, sembró papas; tenía semillas de primera calidad, y bastantes químicos que le ayudarían para protegerlas de los insectos y bacterias, hasta que llegara el momento de la cosecha. Cuando llegó ese día, no dio los «frutos» (papas) que esperábamos. Cuando analizamos el por qué, descubrimos que nos había faltado preparar bien el terreno.
En nuestra vida es así; cuántas veces recibimos de manos de Dios las semillas de óptima calidad y todo lo necesario para dar frutos abundantes, pero por el terreno de nuestra alma no podemos dar los frutos que esperábamos, o más bien los que Dios quiere que demos. Dios nos da varios tipos de semillas: la semilla de la fe, la semilla de la esperanza, la semilla del amor, la semilla de ser más generoso, y así varios tipos de semilla. Pero hay una semilla bastante especial, “la semilla de la Eucaristía”. La semilla más importante que Dios Padre da. Nos da a su Hijo único en esta semilla de la Eucaristía, pero ¿qué tipo de terreno tenemos en nuestra alma para acoger esta semilla? ¿Es un terreno puro, limpio de cualquier basura que impida que esta semilla se desarrolle en nosotros? ¿O es un terreno al que no le prestamos mucha atención, y sólo de vez en cuando lo limpiamos? El terreno de nuestra alma debería tener una tierra buena, regada, suelta, abonada, limpia de bichos raros que impiden que la buena semilla se desarrolle plenamente, porque sólo así Cristo puede obrar plenamente en nosotros y ayudarnos a dar frutos abundantes. Y los frutos que nos pedirá serán los frutos de amor.

«Mediante la predicación y la acción de Jesús, el Reino de Dios es anunciado, irrumpe en el campo del mundo y, como la semilla, crece y se desarrolla por sí mismo, por fuerza propia y según criterios humanamente no descifrables. Esta, en su crecer y brotar dentro de la historia, no depende tanto de la obra del hombre, sino que es sobre todo expresión del poder y de la bondad de Dios, de la fuerza del Espíritu Santo que lleva adelante la vida cristiana en el Pueblo de Dios. A veces la historia, con sus sucesos y sus protagonistas, parece ir en sentido contrario al designio del Padre celestial, que quiere para todos sus hijos la justicia, la fraternidad, la paz. Pero nosotros estamos llamados a vivir estos periodos como temporadas de prueba, de esperanza y de espera vigilante de la cosecha. De hecho, ayer como hoy, el Reino de Dios crece en el mundo de forma misteriosa, de forma sorprendente, desvelando el poder escondido de la pequeña semilla, su vitalidad victoriosa. Dentro de los pliegues de eventos personales y sociales que a veces parecen marcar el naufragio de la esperanza, es necesario permanecer confiados en el actuar tenue pero poderoso de Dios.»
(Homilía de S.S. Francisco, 17 de junio de 2018).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pedir la gracia a María santísima, que me ayude a tener el terreno de mi alma como la suya, para que así pueda dar yo buenos frutos como ella los dio.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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