Miércoles 5 de septiembre de 2018 – Servir y predicar a quien tienes cerca.
Santa Teresa de Calcuta
H. Jesús Alberto Salazar Brenes, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Aumenta, Señor, mi fe para que pueda verte cuando pases a mi lado.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 4, 38-44
En aquel tiempo, Jesús salió de la sinagoga y entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron a Jesús que hiciera algo por ella. Jesús, de pie junto a ella, mandó con energía a la fiebre, y la fiebre desapareció. Ella se levantó enseguida y se puso a servirles.
Al meterse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron a Jesús y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los fue curando de sus enfermedades. De muchos de ellos salían también demonios que gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!” Pero él les ordenaba enérgicamente que se callaran, porque sabían que él era el Mesías.
Al día siguiente se fue a un lugar solitario y la gente lo andaba buscando. Cuando lo encontraron, quisieron retenerlo, para que no se alejara de ellos; pero él les dijo: “También tengo que anunciarles el Reino de Dios a las otras ciudades, pues para eso he sido enviado”. Y se fue a predicar en las sinagogas de Judea.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¡Tengo sed! Fueron las palabras de Cristo crucificado que motivaron a santa Teresa de Calcuta a dar su vida por los más pobres entre los pobres, puesto que eran imagen verdadera de Cristo sufriente.
Nuestra misión como cristianos tiene su máximo ejemplo en el mismo Jesús. En el Evangelio de hoy encontramos uno de los deseos más profundos del corazón de Jesús, sanar, servir y predicar. Esto aplica tanto de Jesús hacia nosotros, como de nosotros hacia otros.
El Señor desea ardientemente que nosotros le pidamos, con fe, ser sanados. A menudo pedimos por la sanación del cuerpo cuando hemos estado enfermos, o tenemos algún ser querido en esa situación; no obstante, la sanación del alma es algo aún mucho más profundo, sólo lo puede hacer Jesús. Hoy vemos como Él, con sólo pasar, hizo tantas sanaciones que ni siquiera son contabilizadas. No dejemos que el Señor pase a nuestro lado como un desconocido.
En segundo lugar, vemos también un detalle que suele pasar desapercibido. La suegra de Pedro, cuando es sanada, se pone a servir inmediatamente. En el servicio desinteresado demostramos el rostro del amor de Dios, la alegría verdadera que brota del encuentro real con Él. Por eso santa Teresa decía siempre «Amar hasta que duela, y cuando duela, amar más».
Por último, no hay mejor predicación que la propia vida. Las buenas obras quedan vacías si no están fundadas en transmitir la buena noticia de Cristo. Una persona que ama, habla instintivamente de aquello que lleva dentro, por eso, alguien que ha sido sanado por Jesús, no puede quedarse callado.
«La jornada de Jesús en Cafarnaúm empieza con la sanación de la suegra de Pedro y termina con la escena de la gente de todo el pueblo que se agolpa delante de la casa donde Él se alojaba, para llevar a todos los enfermos. La multitud, marcada por sufrimientos físicos y miserias espirituales, constituye, por así decir, «el ambiente vital» en el que se realiza la misión de Jesús, hecha de palabras y de gestos que resanan y consuelan. Jesús no ha venido a llevar la salvación en un laboratorio; no hace la predicación de laboratorio, separado de la gente: ¡está en medio de la multitud! ¡En medio del pueblo!»
(Homilía de S.S. Francisco, 4 de febrero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré un acto de caridad ya sea con alguien necesitado o con una persona que se me dificulte el trato.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.