Sábado 10 de julio de 2021 – No tengas miedo.
H. Santiago García Huerdo, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
«Señor, tú me sondeas y me conoces, tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo que pienso, te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis pasos te son familiares…». (Sal 139)
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 10, 24-33
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “El discípulo no es más que el maestro, ni el criado más que su señor. Le basta al discípulo ser como su maestro y al criado como su señor. Si al señor de la casa lo han llamado Satanás, ¡qué no dirán de sus servidores!
No teman a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les diga al oído, pregónenlo desde las azoteas.
No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo.
¿No es verdad que se venden dos pajaritos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no le permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo.
A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Me llama poderosamente la atención la cantidad de veces que en este texto del Evangelio se repite que no tengamos miedo. ¿Por qué deberíamos tener miedo de Cristo? ¿Por qué deberíamos tener miedo de nuestro Padre que está en los cielos? Cuando nos lo preguntamos así, seguramente no tenemos respuesta lógica.
La razón que encuentro por la que Jesús insiste tanto en decir que no tengamos miedo, es que nos conoce muy bien y sabe cuánto puede costar seguirle. Nos gusta controlar y nos gusta hacer lo que queremos. Abandonarse a la providencia de Dios no es fácil porque implica darle a Él el control de nuestra vida y de todo lo que tenemos. Qué difícil le ponemos las cosas a Dios cuando nosotros ya decidimos qué es lo que queremos que Él haga o cuando le aconsejamos qué es lo mejor para cada uno de nosotros.
Los invito a renovar su confianza en Dios, a dejarle las cosas en sus manos que, seguramente, sabe mejor que nosotros qué es lo que necesitamos.
Les comparto las palabras que dijo san Juan Pablo II, al inicio de su pontificado, para que resuenen en su cabeza y en su corazón todo el día: «¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad! ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! ¡No tengáis miedo! Cristo conoce “lo que hay dentro del hombre”. ¡Sólo Él lo conoce!» Recordemos que Él no quita nada y lo da todo.
«No tengan miedo, si van en comunidad, si tienen el apoyo de la fraternidad, y saben discernir, no hay que temer. Porque una cosa linda en nosotros es que cuando nos equivocamos, tenemos la posibilidad de volver atrás. Cuando vamos con la comunidad, con el Señor y con buen discernimiento.»
(Discurso de S.S. Francisco, 5 de octubre de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En algún momento del día rezaré una oración de abandono y le pediré al Señor que me ayude a confiar en Él.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.